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Fortunata soñó aquella noche que entraban Aurora, Guillermina y Jacinta, armadas de puñales y con caretas negras, y amenazándola con darle muerte, le quitaban a su hijo.

¿Y por qué no había de regocijarme? Es nuestro primo. ¿Y nada más? dije yo amenazándola con el dedo, como lo había visto hacer la víspera a papá. Entonces, de improviso, ella se puso muy grave y me dirigió con sus grandes ojos tristes una mirada tan llena de reproche, que sentí que la sangre me afluía, ardiente, al rostro.

Andrajosos vestiglos amenazándola con el contacto de sus llagas purulentas, la obligaban, entre carcajadas, a pasar una y cien veces por angosto agujero abierto en el suelo, donde su cuerpo no cabía sin darle tormento. Entonces creía morir.

Y exhaló un profundo suspiro como si le hubiera costado mucho decir aquello. ¡Mil truenos! ¡Adivinas bien, chicuela! dijo papá amenazándola con el dedo. Ella nada contestó, y con su paso lento y cansado se dirigió hacia la puerta; en toda la tarde nadie la volvió a ver. Por mi parte, la visita del primo me dejaba bastante indiferente.

¡Diantre! ¡no había pensado en eso!... Y yo, un viejo lobo, me pongo tan turbado como ella. Habrá que avisar al ebanista digo. Mi querido Jorge dice ella con importancia; perdóname si creo que entiendo el asunto mejor que . ¡Hum, hum! le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona.

Todo retardo podría inspirar sospechas e impedir su reclusión. Es que mañana mismo le diré a la condesa que conozco su cobarde proyecto contra . La obligaré a renunciar a él, amenazándola con mi venganza. Quiero que se eche a mis pies, y que me pida perdón.

O, mejor dicho: hoy, antes de quedarme solo, cuando pensaba haber despertado de uno de esos sueños densos, en que nada se siente; sueño de tinieblas en que nada se ve; sueño que es la negación de la existencia y del que se despierta, antes de acabarse de dormir, espeluznados, estremecidos, fríos como si se hubiera sentido el contacto de la mano de la muerte; cuando sólo creí, repito, despertar de un sueño horrible, me han dicho que he estado un mes delirando, furioso, nombrando a Amparo, amenazándola, apostrofándola, insultándola, prodigándola los epítetos más degradantes.

Poca cosa. Algo así como ocho mil francos. Un modisto de la rue de la Paix empezaba á faltarle al respeto por esta deuda, que sólo databa de tres años, amenazándola con una reclamación judicial.

A cada frase daba un paso hacia ella, amenazándola con el retrato. Ya Isidora se había serenado bastante, y no veía las cosas tan tétricamente como antes.

La Sarcicourt no participa de esa felicidad hizo observar Genoveva. Vean ustedes cómo contrastan sus aires modestos y su palidez con la amable animación de la Fontane y con la alegría de la Roubinet al buscar una frase o una cita. Veo que te vuelves burlona, Genoveva le dije amenazándola con el dedo. La única respuesta de Santa Genoveva como nosotras la llamamos, fue una fina sonrisa.