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Sin duda, Martholl se alegraría mucho de oírte a juzgar por el efecto que te producen sus elogios; ese joven debe poseer el alma de un gran modisto. ¿Es con intención de despreciarlo como hablas así? Hay ironía en tus palabras... María Teresa no se dignó contestar; Diana calló un instante y repuso, mirando socarronamente a su prima: ¿Quieres que te diga una cosa?

Poca cosa. Algo así como ocho mil francos. Un modisto de la rue de la Paix empezaba á faltarle al respeto por esta deuda, que sólo databa de tres años, amenazándola con una reclamación judicial.

Una muchacha la miró fijamente, y ella creyó reconocer á una empleada de un modisto célebre. Además, podían atravesar el jardín algunas de las personas amigas que una hora antes había entrevisto en la muchedumbre que llenaba los grandes almacenes próximos. Vámonos continuó . ¡Si nos viesen juntos! Figúrate lo que hablarían... Y ahora precisamente que la gente nos tiene algo olvidados.

Al estar de plantón en una esquina, aguardando el revoloteo de una falda y el trotecito en la acera de unos pies femeniles, se imaginaba haber remontado el curso del tiempo y que aún tenía diez y ocho años, lo mismo que cuando esperaba en los alrededores de un taller de modisto célebre.

En estos días ha corrido por París la noticia absurda y grotesca de que Eleonora Duse, que desde hace mucho tiempo vive retirada en Florencia, se casaba con un opulento modisto de la Ciudad-Sol. Indignada la ilustre actriz, escribe al director de una revista francesa: «Vivo muy alejada de todo y no doy motivos á la prensa para que se ocupe de .

Otros escribían comedias de sátira contra las costumbres de la aristocracia, que eran las suyas: obras teatrales en las que colaboraba el modisto con el poeta, y no había gran toilette que no tuviese su amor con un frac, que jamás era el del esposo. «Hay que flagelar», gritaban con expresión terrible. Y Maltrana pensaba sonriendo: «Está bien. ¿Y a éstos quién los flagela?...»

Cada vez que las unas exaltaban los méritos de un modisto o un joyero de la calle de la Paz o la plaza Vendôme, las otras murmuraban con una voz blanca y una modestia agresiva: «Nosotras no podemos permitirnos eso; en nuestro país somos muy pobres. Eso ustedes y nadie más». Y miraban al mismo tiempo con maliciosa complacencia sus trajes y sus joyas, de igual valía que los de sus rivales.