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Mañana saldrá para allá con toda la familia.... Es cosa hecha; allí tendrás una colocación muy regular.... Avisa a Castro.... ¡No más alegatos! ¡No más chismes ni pleitos! Ya dije a ese caballero que no entiendes jota del negocio, pero que aprenderás. ¡Buena persona! ¡Muy buena persona! Procura verle mañana, antes de medio día; le darás esta tarjeta... y... ¡listo! Ahora: ¡al comedor!...

Su naturaleza tosca, y los resabios adquiridos en los tratos y contratos en que había pasado lo mejor de la vida, le hacían incompatible con los hábitos aparatosos y refinadamente vanos y teatrales de sus hijos; y como, además, era hombre sin retóricas, desengañado y de muy poca correa, el menor reparo a sus crudos alegatos le quitaba las ganas de exponer el segundo.

Castro Pérez traía entre manos un negocio muy difícil, y se le iban las horas hojeando librotes y dictando alegatos. La tarea terminaba a las mil y quinientas, volvía yo a casa entre nueve y diez de la noche, y apenas podía conversar con Linilla unos cuantos minutos, y eso delante de las tías o del P. Herrera.... La víspera del viaje no hubo que ir al despacho.

Mejores frutos pensaba haber sacado el marqués de la vida aparatosa que traía; porque, al cabo, ya que no la senaduría, que tanto le halagaba, había logrado la limosna de un asiento ministerial en los escaños del Congreso; y, sin embargo, cotejando el valor de su conquista, reducido, en substancia, a la gloria dudosa de haber pronunciado un discurso de dos horas mortales sobre la langosta de la Mancha, que no escucharon más que los taquígrafos y unos cuantos babiecas inexpertos de las tribunas; al trabajo imponderable y continuo de atormentar subsecretarios y directores, recomendándoles las querellas de todo linaje de pretendientes desvalidos, con el único fin de acreditar sus influencias; al oneroso vicio de solemnizar con un a «sus amigos políticos» cada discurso del Presidente del Consejo, o cada batalla ganada por el Ministerio a las revoltosas oposiciones; a no tener hora ni punto de sosiego, por estar pendiente de sus deberes de padre de la patria y creerse obligado a tomar por lo serio y a sentir en su ministerial epidermis cuantas cuchufletas y alegatos contra la situación leyera en la prensa oposicionista, y la leía de cabo a rabo, y a algunas cosas más por el estilo; cotejándolo todo, repito, con lo que le había costado en desaires, en paciencia... y en banquetes, la ganancia no resultaba del todo apetecible para un ambicioso de los más usuales.

No pude menos de sonreir al escuchar a mi pobre tía. ¿Mi porvenir? . No, tía; yo no me pasaré la vida escribiendo alegatos. Ese trabajo me mata. No porque sea rudo, sino porque es insuficiente. Prefiero las faenas agrícolas y la vida agitada de los campos que dan salud y buen humor. La enferma permanecía silenciosa. Tía Pepa trató de convencerme de que no debía yo dejarlas.

Le , y quedé encantado de su charla. Por gozar de ella procuraba yo retardar el trabajo, aquellas copias de los alegatos de Castro Pérez, difusos, cansados y fastidiosos, que me tenían por largas horas pegado a la mesa. Castro no dejaba salir de su casa un escrito suyo si no iba puesto en limpio por el amanuense.