United States or Indonesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


No eran de fácil arreglo los susodichos comprobantes para lograr la senaduría, porque las rentas propias, vueltos los manantiales al bajo nivel en que estaban antes de fomentarlos su suegro con el copioso caudal de sus talegas, no llegaban hasta donde la ley quería. Y ésta fue otra de las novedades con que se halló la colegiala al volver a su casa.

Mas el joven Telémaco era hombre capaz en sus rencores de comprender y practicar aquella venganza de los chinos, que consiste en ahorcarse a la puerta de su adversario para atraer sobre él la cólera celeste y el odio de los ciudadanos; lleno, pues, de saña, rechazó con altivez la oferta, y creyendo alcanzar por sus propias fuerzas lo que de grado no le habían querido dar, alistóse de nuevo entre sus antiguos amigos los revolucionarios aún no resellados, que capitaneaba a la sazón el excelentísimo Martínez y prometían formar una oposición formidable el día en que se decidieran a reconocer la monarquía de Alfonso XII. Recibiéronle ellos como a un Hércules bajado del cielo para emprender de nuevo a su lado los doce trabajos sobre la tierra, y en el momento en que le encontramos volviendo de Biarritz al lado de Currita, traía ya lograda, con ayuda de esta fiel amiga, la senaduría vitalicia, altísima tribuna desde donde pretendía escalar, al lado del excelentísimo Martínez, el Olimpo ministerial, una vez efectuada la temida y esperada maniobra que con gran sigilo preparaba el taimado buey Apis.

La duquesa, apartando cariñosamente a la niña y recatándose de ser oída, asió a su marido fuertemente del brazo, diciéndole: ¿Qué has hecho? Aldea es hijo natural. Pero este nombramiento, repuso Algalia, a quien por el momento sólo podía preocupar su senaduría, ¿qué quiere decir, a qué viene darme tan gran prueba de afecto? Félix está enamorado de Josefina, contestó Margarita.

Cierto que le constaba con toda evidencia que su senaduría era una de las de la hornada que de un momento a otro lanzaría el Gobierno a los estantes de la Gaceta; y sobre este importante preliminar, por tantos años perseguido, nada tenía ya que temer; pero no se trataba de eso, sino de algo que debía seguir inmediatamente al acontecimiento, como el estampido a la expansión de la pólvora inflamada en un arma de fuego. ¿Cómo le celebraría él, cuándo y en dónde? ¿A qué y con quiénes le obligaba esa distinción, que no por ser justa y merecida y aun algo tardía, dejaba de haber sido piedra de toque de muchas y buenas amistades... y de asombrosos temples de paciencia?

No he querido decir nada a la marquesa, por no alarmarla. ¡Ah, los frutos del ambiente de esa condenada casa de locos ambiciosos e intrigantes! ¿Qué han de sacar de ella los hombres desinteresados y conciliadores como yo, sino grandes desencantos y trastornos cerebrales? ¡No sabes con qué ansia aguardo el momento de salir a respirar aires libres y más sanos, fuera de la atmósfera candente en que nos abrasamos aquí los desdichados a quienes el patriotismo obliga a encadenar hasta sus afectos más íntimos al presidio de los negocios del Estado!... Tienes mi permiso para retirarte, Simón... ¡Ah!, se me olvidaba..., y vaya la noticia por lo que has de gozarte en ella, no porque yo le la menor importancia, ni deje de considerar el suceso como un tardío acto de desagravio, por parte del desagradecido Gobierno: lo de mi senaduría es cosa acordada, al fin.

Por fin, Margarita, con ese tacto que sólo las mujeres tienen, resolvió las dificultades proponiendo que se diera un baile para celebrar lo de la senaduría, enviándose a Félix, como de costumbre, su correspondiente invitación; lo cual, después de lo ocurrido, venía a ser como una satisfacción, que sin desdoro del ofensor podía desagraviar al ofendido.

Otras veces las limosnas que hacía la duquesa ocupaban su imaginación, hasta el punto de amortiguar todos sus pensamientos. Margarita quiso solemnizar la senaduría concedida a su esposo dando a los pobres una gruesa suma, y Lázaro fue el encargado de distribuirla.

Mejores frutos pensaba haber sacado el marqués de la vida aparatosa que traía; porque, al cabo, ya que no la senaduría, que tanto le halagaba, había logrado la limosna de un asiento ministerial en los escaños del Congreso; y, sin embargo, cotejando el valor de su conquista, reducido, en substancia, a la gloria dudosa de haber pronunciado un discurso de dos horas mortales sobre la langosta de la Mancha, que no escucharon más que los taquígrafos y unos cuantos babiecas inexpertos de las tribunas; al trabajo imponderable y continuo de atormentar subsecretarios y directores, recomendándoles las querellas de todo linaje de pretendientes desvalidos, con el único fin de acreditar sus influencias; al oneroso vicio de solemnizar con un a «sus amigos políticos» cada discurso del Presidente del Consejo, o cada batalla ganada por el Ministerio a las revoltosas oposiciones; a no tener hora ni punto de sosiego, por estar pendiente de sus deberes de padre de la patria y creerse obligado a tomar por lo serio y a sentir en su ministerial epidermis cuantas cuchufletas y alegatos contra la situación leyera en la prensa oposicionista, y la leía de cabo a rabo, y a algunas cosas más por el estilo; cotejándolo todo, repito, con lo que le había costado en desaires, en paciencia... y en banquetes, la ganancia no resultaba del todo apetecible para un ambicioso de los más usuales.

No ignoraba que todo hombre es útil en algún momento de su vida, y que ese es el instante que debe aprovecharse. Pensó en la senaduría, y añadió para sus adentros: ¡Quién sabe! Desde que tal idea cruzó por su mente, le empezó a distinguir sobremanera; dejó de llamarle Aldea, y tomó la costumbre de llamarle Félix.