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Tres insaciables vampiros enflaquecían al productor maniatado por la ignorancia, la tradición y los reglamentos: el fisco, la iglesia y el bandolerismo, que era el oficio de los nobles, contra los cuales era impotente la justicia, que sólo existía como fuente de recursos, por vía de extorsión, hasta el punto de que se prefiriese apelar al duelo como un medio menos oneroso para dirimir las contiendas de intereses, dice Hanotaux.

Mejores frutos pensaba haber sacado el marqués de la vida aparatosa que traía; porque, al cabo, ya que no la senaduría, que tanto le halagaba, había logrado la limosna de un asiento ministerial en los escaños del Congreso; y, sin embargo, cotejando el valor de su conquista, reducido, en substancia, a la gloria dudosa de haber pronunciado un discurso de dos horas mortales sobre la langosta de la Mancha, que no escucharon más que los taquígrafos y unos cuantos babiecas inexpertos de las tribunas; al trabajo imponderable y continuo de atormentar subsecretarios y directores, recomendándoles las querellas de todo linaje de pretendientes desvalidos, con el único fin de acreditar sus influencias; al oneroso vicio de solemnizar con un a «sus amigos políticos» cada discurso del Presidente del Consejo, o cada batalla ganada por el Ministerio a las revoltosas oposiciones; a no tener hora ni punto de sosiego, por estar pendiente de sus deberes de padre de la patria y creerse obligado a tomar por lo serio y a sentir en su ministerial epidermis cuantas cuchufletas y alegatos contra la situación leyera en la prensa oposicionista, y la leía de cabo a rabo, y a algunas cosas más por el estilo; cotejándolo todo, repito, con lo que le había costado en desaires, en paciencia... y en banquetes, la ganancia no resultaba del todo apetecible para un ambicioso de los más usuales.