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Esperaba que si podía entrar en conversación con Mathys, sabría noticias de su amiga, y quizá esta ocasión le permitiría decirle algunas palabras en su favor. Apresuró el paso hasta que alcanzó al intendente. Cuando estuvo a su lado le dijo en tono cortés, casi acariciador: Buen día, señor Mathys. ¡Qué cielo tan claro! ¡Qué aire tan puro! Parece que uno se sintiera rejuvenecido, ¿verdad?

Dejó sin protesta que Lubimoff pasase un brazo por otro suyo, apoyándose en él. ¡Se expresaba con tanta humildad!... Parecía arrepentido de sus atrevimientos; le pedía perdón con su pálida sonrisa. Además, le hablaba de su hijo con un optimismo acariciador. Todos los temores de ella eran infundados; su hijo volvería: estaba seguro de ello.

Juan pasea su vista a lo lejos; la llanura que se extiende delante de él, plateada por la luz de la luna, le hace el efecto de un golfo sobre el cual flotaran brumas; le parece que el brazo que en aquel instante se desliza bajo el suyo de modo tan dulce, tan acariciador, lo arrastra allá abajo, al fondo de ese abismo. Buenas noches murmura sin mirar a su hermano.

Había gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada intención de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. ¿Qué era aquello, don Jaime?... El enfermo sentía el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban las ropas desordenadas, subían el embozo y lo apretaban en torno de sus hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un niño.

No temas añadió ella, extremando su susurro acariciador . Conmigo no hay compromiso.

Su decir siempre acariciador y notado por el uso de expresiones tiernas había adquirido yo no qué nueva plenitud que le prestaba acentos más enérgicos. Andaba con más soltura, su pie mismo se había achicado ejercitándose en largas excursiones por difíciles senderos.

Entonces, con pincel acariciador rehizo la cabeza cambiando enteramente su carácter. En lugar de la cara acentuada de su modelo ordinario, una hermosa muchacha de Batignolles, de ojos negros, pómulos salientes y labios rojos, surgía poco á poco en el lienzo una dulce y delicada faz que no era sino el retrato de Herminia, con sus guedejas rubias, sus ojos azules y su boca sonrosada.

Aquello no podía ser cierto. ¡Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba soñandoPero de pronto sintió en una de sus manos un contacto leve y acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvió a verle otra vez, pero le pareció un hombre distinto. Encontró ante sus ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse.

Algo había en su conducta que no podía explicarse, y era preciso que ella se lo dijese. ¿No era su hermano único y el mejor de sus amigos? ¿No le contaba todas las cosas que no se atrevía a decir al padre, por el respeto que éste le inspiraba?... Pero la muchacha se mostró insensible al tono acariciador y persuasivo de su hermano.

Es aquello todavía la costa normanda, pero es el mar bretón, ese mar inolvidable, «cautivador de almas» según la justa expresión de un poeta ignorado, mar acariciador y terrible, dulce y suave como el terciopelo, claro y transparente como el cristal o rugiente y amenazador, erizado de picos monstruosos y de insondables cráteres. ¡Qué hermoso es esto, madre, qué hermoso!