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Actualizado: 2 de junio de 2025
Las horas, pasan y las detonaciones resuenan monótonas en la linde del bosque. Como a mediodía le llega el turno a Juan. Tira... y marra el blanco, a pesar de las flores que Gertrudis le ha puesto en la carabina... «Flores que dan la suerte», había dicho ella; y Martín, que estaba presente, se había sonreído como se sonríe uno ante una tontería.
No te envidio el papel; debe de ser poco divertido. ¡Oh, es tristísimo! Pero le prefiero al de amante desdeñado. Si no te conozco, ¿cómo puedo darte esperanzas? Pues bien; ¿quieres conocerme? Ya te he dicho que sí. Mañana corresponde a tu turno en la ópera. ¿No es cierto?... El joven que veas con una camelia blanca en la solapa del frac, ese soy yo.
Tenía, sin embargo, notable aptitud y tino para conocer y admirar la belleza femenina, y hacía ya meses que, casi sin reparar en ello y muy involuntariamente, cuando estaba de tertulia con el escribano y el boticario y con otros señores en los poyos que había junto a la fuente, sus ojos se fijaban con amorosa delectación en Juanita la Larga, que aún solía venir a llenar su cántaro y a estar allí de charla con las otras muchachas mientras que le llegase su turno.
¡Un babosón! chilló ratonilmente Ana, sacudiendo los dedos y disparando el glutinoso animalucho al rostro de Borrén, que se pasó apaciblemente el pañuelo por las mejillas, amenazando a la Comadreja con la mano. Amparo y Baltasar se hallaban un poco más apartados, y cerca del pozo que sombreaban los árboles. Picaban por turno las pocas fresas que tenía Amparo en el regazo sobre una hoja de berza.
El primero y el último que me has de dar en tu vida... Espera un poco añadió alzándose otra vez. Por este beso yo te he de dar cincuenta bofetadas en esos carrillos azules... ¿Admites el trato? Granate consintió inmediatamente. La niña volvió a sentarse sobre sus rodillas e inclinó la cabeza para recibir el beso. ¡Bueno, ahora llega mi turno! exclamó con infantil alegría.
Su discreción ocultaba su juicio, pero su penetración lo veía todo y lo apreciaba en su justo valor. Después de comer tocole el turno a Antoñita, que estaba entusiasmada de ver a Amaury, tan noble, tan generoso y tan vehemente. Trató de su suerte como había tratado antes Amaury de la suya.
De pie, con las manos en los bolsillos del pantalón, mapamundi de remiendos, y moviendo con risible rapidez nariz y boca, que tenía de color de unto rancio, aguardaba a que le pidiesen algún nuevo episodio tan verosímil como el de la liebre; pero ahora el turno le correspondía a don Eugenio.
Los clientes aguardaban con resignación el turno. Eran curas en su mayoría, pues don Ramón, persona piadosa y amiga de hacer limosnas por mano de la Iglesia, figuraba como el banquero del clero, y en las sacristías su nombre alcanzaba gran prestigio.
Ya verás que te pido un pequeño sacrificio... Como de todos modos no coincide el turno tuyo y el mío, quisiera que tú, alguna vez, me acompañaras a la cazuela. ¿Pero con qué objeto? ¿Qué haremos las dos en la cazuela? Para hablar más libremente con Julio. ¡Estás loca! ¡A la cazuela no pueden ir los hombres! Si me interrumpes a cada rato será imposible explicarte.
En cinco minutos estábamos en la cuadra del Club del Progreso: tuvimos que esperar algunos minutos más para que le llegara a nuestro carruaje el turno de acercarse, y por fin bajamos en la puerta entre un grupo de hombres y mujeres que subían apresuradamente la escalera muellemente tapizada y adornada con flores y guirnaldas verdes. ¿Quién no conoce el Club en una noche de baile?
Palabra del Dia
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