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A la sombra del árbol estaba, como se ha dicho, y allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos: unos iban al desencanto de Dulcinea y otros a la vida que había de hacer en su forzosa retirada. Llegó Sancho y alabóle la liberal condición del lacayo Tosilos. ¿Es posible -le dijo don Quijote- que todavía, ¡oh Sancho!, pienses que aquél sea verdadero lacayo?

Eran simples socios, por un interés recíproco. Los animales-plantas picaban como ortigas; todos los monstruos sin coraza huían del veneno de sus órganos urticantes; las briznas de su cabellera quemaban como alfileres de fuego. De este modo, el humilde paguro inspiraba terror á las fieras gigantescas de la profundidad, llevando sobre el dorso su torre coronada de formidables baterías.

Soberbio, engreído estaba Morsamor por todo ello. Y sin embargo, en vez de ensancharse su corazón y de regocijarse, se sentía abrumado en aquellos momentos por amarga tristeza. Un enjambre de pensamientos desconsoladores acudían a su espíritu y le atormentaban y picaban con ponzoñoso estímulo.

Viejo, calvo y horriblemente descarnado, el tercer jinete saltaba sobre el cortante dorso del caballo negro. Sus piernas disecadas oprimían los flancos de la magra bestia. Con una mano enjuta mostraba la balanza, símbolo del alimento escaso, que iba á alcanzar el valor del oro. Las rodillas del cuarto jinete, agudas como espuelas, picaban los costados del caballo pálido.

Sus grandes nadaderas picaban venenosamente. El cuerpo, pesado, con fajas y manchas sombrías, estaba cubierto de apéndices singulares en forma de hojas y tomaba fácilmente el color del fondo. En la semiobscuridad parecía una piedra cubierta de plantas. Con este mimetismo se libraba de los enemigos, espiando mejor á su presa.

¡Un babosón! chilló ratonilmente Ana, sacudiendo los dedos y disparando el glutinoso animalucho al rostro de Borrén, que se pasó apaciblemente el pañuelo por las mejillas, amenazando a la Comadreja con la mano. Amparo y Baltasar se hallaban un poco más apartados, y cerca del pozo que sombreaban los árboles. Picaban por turno las pocas fresas que tenía Amparo en el regazo sobre una hoja de berza.

Yendo por este estero navegando Diez dias, que los tiempos no ayudaban, Por tierra los soldados van cazando, Que muy poco las balsas caminaban. De noche estan con liñas esperando, Pescando de los peces que picaban: Aquí pica el Patí, allí el Armado, Aquí tambien el Blanco y el Dorado.