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Actualizado: 1 de julio de 2025


En Manzanares le habían dado en cierta ocasión un café detestable; la manteca rancia: otra vez el jefe de la estación de Alcázar no le había querido facturar el equipaje por llegar dos minutos tarde: en otra ocasión, en la fonda de Menjíbar, no les dieron tiempo a almorzar; pero él, que es un gran tunante, se burló del fondista apoderándose de lo que había en la mesa y llevándoselo al coche.

Con lo cual, les hizo una cortesía y se retiró. El Gil Blas tiene razón dijo el francés . En España no hay cosa más común que apellidos gloriosos: es verdad que en París mi zapatero se llamaba Martel, mi sastre Roland y mi lavandera madame Bayard. En Escocia hay más Estuardos que piedras. ¡Hemos quedado frescos! El tunante del criado se ha burlado de nosotros.

Pero el oficial comía con frecuencia fuera de casa; entonces la mesa redonda languidecía, quedaba sumida en un letargo triste y silencioso; se oía el ruido de los platos y el de las mandíbulas; el mayor del Consejo de Estado era el encargado de animar la escena, y lo hacía llamando la atención del Marqués, que comía abstraído, y dándole siempre la misma broma: el diplomático había prestado cinco duros a un tunante llamado Laguna, que vivía del juego y la estafa, y como es natural, no había vuelto a echarle la vista encima.

Perdonado este pícaro en el primer acto por los magnánimos conspiradores a quienes vendió, claro está que no había de enmendarse, y que en los actos siguientes volvería a hacer de las suyas; no lo creyeron así los protagonistas del drama, pero en cambio la concurrencia de la cazuela lo presintió, y en medio del calor sofocante se oían voces ahogadas de emoción exclamando: «¡Ay! ¿Para qué perdonarán a ese tunante?... ¡Ya verás cómo los ha de vender otra vez!... ¡Como yo le atrapase no le soltaba, no!». Verdad es que si el bellaco del espía era tan malo que no tenía el diablo por donde cogerlo, en cambio los personajes republicanos ofrecían modelos de lealtad y dechados de virtudes.

«¡Papitos, Papitos!... No, no te llamo... vete... ¿Pero has visto qué insolente? Si no es él, no es él... Es que me le han vuelto del revés, me le han embrujado. ¿Habrá tunante? Si estoy por seguirle y avisar a una pareja de Orden Público para que me le trinquen... Pero a la noche nos veremos las caras.

Y ahora, repentinamente, después de la dulce flojedad de diez años de triunfo, con la rienda á la espalda y el amo á los pies, venía el cruel tirón, la vuelta á otros tiempos, el encontrar amargo el pan y el vino más áspero pensando en el maldito semestre, y todo por culpa de un forastero, de un piojoso que ni siquiera había nacido en la huerta, descolgándose entre ellos para embrollar su negocio y hacerles más difícil la vida. ¿Y aún vivía ese tunante? ¿Es que en la huerta no quedaban hombres?...

Descuido fue, que aquella vez, hija, no pude zafarme como cuando la del coche... ¡Ay!, estas cosas te las cuento a ti, porque que eres callada y no me has de hacer traición. ¡Si mamá lo supiera...! En fin, que el muy tunante se divirtió todo lo que quiso, y después la del humo. Llegó el 70, y al pobrecito Fenelón le mataron esos infames prusianos.

Con esto dijo Mariano mostrando un canuto. ¡Ah! ¡Tunante!... exclamó Bou muy asombrado de ver el instrumento músico que el chico mostraba . Conque te ocupas... Pues mira: desde hoy perdemos las amistades, porque con esa clase de armas no se defiende al pueblo. ¡Petardos, arma traidora de los perdidos, truhanes, jugadores y demás escoria! Oye , mírame a la cara. ¿Me ves bien?

Y prosiguió, con variaciones sobre el mismo tema, excitando la codicia del hospitalario y halagando su vanidad con llamarlo a roso y velloso su paternidad. Parece que el muy tunante guardaba en la memoria este pareado: para surgir, con adularte basta; la lisonja es jabón que no se gasta. Mucho alcanza un adulador, sobre todo cuando sabe exagerar la lisonja.

Trajeron un catre de tijera para que se acostase Mariano, y cuando Isidora le mandó que se recogiera, por ser ya más de medianoche, el maldito muchacho se le plantó delante y le dijo con sus bruscos modos: «Dame dinero. ¿Y para qué quieres dinero, tunante? Acuéstate. Me acostaré; pero yo quiero dinero. Si no me das dinero, no te quiero... ¿Para qué lo necesitas? Para ir mañana a los toros.

Palabra del Dia

buque

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