Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 1 de julio de 2025


Por esta vez y en premio a su cordura, habrá extraordinario. No nos despidamos así... Como en la escena. Bese usted. Y puso su mano al nivel de la boca del joven. Rafael la agarró ávidamente y besó, besó, hasta que Leonora, desasiéndose con un brusco movimiento que demostraba su extraordinario vigor, le amenazó con su mano. ¡Ah, tunante!... ¡Bebé travieso! ¡Qué manera de abusar! ¡Adiós! ¡adiós!

La primera contestación de Santa Cruz fue romper a reír. Su mujer le tapaba la boca para que no alborotase. Después el muy tunante empezó a razonar sus explicaciones, revistiéndolas de formas seductoras. ¡Pero qué huecas le parecieron a Jacinta, que en las dialécticas del corazón era más maestra que él por saber amar de veras!

Cuando subía la escalera de su casa, se iniciaba en la conciencia de la joven una reprobación clara de lo que había hecho. «...Hubiera sido mucho mejor pensó deteniendo el paso y tardando un minuto de escalón a escalón , decirle aquello de yo soy Fortunata, con calma, reparando bien qué cara ponía ella al oírlo, y luego quedarme tan fresca, esperando a ver por qué registro salía, o echarle tres o cuatro chinitas, diciéndole que yo también soy honrada, claro, y que su marido es un tunante... a ver por dónde la tomaba».

Arrastraban sillas, sonaba el piano y después el taconeo de los danzantes. Bailaban. «¡Y todo esto lo he traído yo! ¡Y bailan sobre las ruinas! ¡Los Reyes se arruinan; la casa Valcárcel truena... y el último ochavo lo gastan alegremente entre todos estos pillos y viciosos que he metido yo en casa!». «¡Empezó él!, decía ese tunante. ¡Y tiene razón! Yo empecé, y aún debo, aún debo... lo robado.

Aquel Pitusín desconocido y misterioso, aquella hechura de su marido, sin que fuese, como debía, hechura suya también, era la verdadera culebra que se enroscaba en su interior... «¿Pero qué culpa tiene el pobre niño...? pensó después transformándose por la piedad . ¡Este, este tunante...!». Miraba la cabeza, ¡y qué ganas tenía de arrancarle una mecha de pelo, de pegarle un coscorrón!... ¿Quién dice uno?... dos, tres, cuatro coscorrones muy fuertes para que aprendiera a no engañar a las personas.

El Magistral y doña Paula se consultaron con los ojos. Se entendieron. ¿Te hará daño? No. Que voy ahora mismo. Salid. Que el señorito está muy enfermo, pero que lo primero es lo primero y que va allá ahora mismo. Quedaron solos hijo y madre. ¿Será una broma de ese tunante? No señora; es un pobre diablo. Tenía que acabar así. Pero yo no sabía que estaba enfermo.

Defended vos vuestro trépang dijo una voz. ¡Eh, tunante; ven aquí a repetir esas palabras, si te atreves, o deja al menos que yo te vea la cara! dijo el Capitán, perdiendo la paciencia. Ninguno respondió; pero tampoco ninguno hizo el menor ademán para saltar en tierra.

Señor conde, es usted un grandísimo tunante... sabe usted mucho para un pobre cura como yo... sabe usted mucho... sabe usted mucho. Decía todo esto riendo y sin cerrar un momento la cueva de su boca. El conde le señaló un asiento y todos se sentaron.

¡Por los clavos de Cristo, protejedme, buen caballero! exclamó en aquel punto el del crucifijo, poniéndose de rodillas y tendiendo las manos en ademán suplicante. Cien doblas tengo en el cinto y vuestras son si matáis á mi verdugo. ¿Cómo se entiende, tunante? ¿Pretendes comprar con oro el brazo y la espada de un noble?

¡Dios de Dios! exclamó el sargento mayor, atusándose el mostacho y parándose delante de Luisa, el un pie adelante, afirmando el cuerpo en el otro y la mano en la cadera; ¿pues por qué, buena moza, no estoy yo ahora en Nápoles? ¿Qué diablos tendrá que hacer este tunante en Nápoles? pensó Quevedo ; oigamos, y palabras al saco. Es que si te fueras y no me llevaras, yo moriría de pesar.

Palabra del Dia

malignas

Otros Mirando