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No era preciso ser fisonomista para comprender que aquella casa respiraba paz, bienestar y una conciencia tranquila. Dábale acceso un patiecillo circundado de tapias y al costado derecho tenía una hermosa huerta. Cuando la Nela entró, salían las vacas que iban a la pradera.

Hay que tomar el mundo según viene... murmuró filosóficamente . Ser bueno es lo que importa; porque ¿quién va a tapar las bocas de los demás? Cada uno habla lo que le parece, y gasta las guasas que quiere.... En teniendo la conciencia tranquila....

Toda su fuerza de voluntad no había podido borrar aquellas dos señales de las lágrimas y del insomnio. Pero Dorotea sabía que tenía aquellas señales y estaba tranquila. Don Juan entró con recelo; esperaba un recibimiento terrible. Pero se sorprendió al ver que Dorotea se levantaba solícita, salía á su encuentro y le abrazaba.

En el rostro de Julio la mirada tranquila tenía una expresión de piedad para su amigo de otro tiempo. Mientras así le consideraba en silencio, un precipitado ruido de pasos se aproximó, por el corredor que llegaba hasta el saloncito, y una voz impaciente gritó: "¿Pero dónde diablos se ha metido?" Era Castilla. Ya, ya, respondió la voz de un sirviente gallego.

Al penetrar con el pensamiento en alguna de aquellas casitas, ocultas casi todas entre palmeras y cipreses; como un nido está oculto entre las hojas de los árboles: al pasar con la imaginacion el umbral de aquella morada bendita, nos parece ver á un hombre sencillo y risueño, que trabaja cerca de la lumbre; á su lado, tranquila y satisfecha, hila su mujer; más allá, una jóven fresca y hermosa mece la cuna en donde duerme un niño, hermano suyo.

Y evocaba el recuerdo de las campiñas de Levante, las vegas de Valencia y de Murcia, siempre verdes, pobladas como ciudades, viéndose de cada pueblo los campanarios de otros lugares vecinos; teniendo cada campo su vivienda rústica, y en ella una familia tranquila, y bien alimentada, sacando su alimentación de pedazos de terreno tan pequeños, que él, en su hipérbole andaluza, los comparaba con pañuelos de bolsillo.

Pues ¡qué! no era la primera vez que ella se las había encontrado, no en la calle, frente a frente, sino en tiendas, lado a lado, viendo telas y regateando con el dependiente, como si no tuvieran lo poco suyo y lo mucho de los otros, total, una gran fortuna; y sin embargo, ella... tan tranquila. No tenía por qué ponerse colorada y a soberbia nadie le ganaba.

Hecha esta operación, comenzó el tío Frasquito a desprenderse de sus accesorios componentes para meterse en la cama; mas antes, en puntillas y ya en mangas de camisa, hizo un tercer viaje de exploración a la puertecilla sospechosa; el vecino parecía tranquilo y el tío Frasquito emprendió el viaje de vuelta, dando largas y sigilosas zancadas, y tarareando muy bajo, con pueril satisfacción, aquello de Las Hijas de Eva: Tranquila está la venta, No se oye ni un mosquito...

¡Oh, Dios mío!... pero permanece tranquila, chiquilla; ya se arreglarán ustedes... ¡Ah! Máximo, eso es imposible. Mira, han pasado cosas demasiado graves. Al principio no fué nada; pero como sabes, una se altera y pierde la cabeza.

Tía María, ¿quién piensa en amores? respondió don Modesto, en cuya calma y tranquila existencia no se había realizado el eterno, clásico, pero invariable axioma de la inseparable alianza de Marte y Cupido . ¿Quién piensa en amores repitió don Modesto en el mismo tono en que hubiese dicho: ¿quién piensa en jugar a la billarda o en remontar un pandero?