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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Sin embargo, he murmurado, he estado descontento porque me faltaba otro bien, como si lo mereciera. Jamás faltasteis a vuestro deber para conmigo, Godfrey dijo Nancy con una sinceridad tranquila . Mi sola pena desaparecerá si os resignáis a la suerte que os ha tocado.
Es verdad, repuso mi mujer; pero la lechera nos aseguró que estaba más tranquila. ¡Ah! El volcan no aparece cuando no arroja lava; pero cuando no la vomita, la lava arde dentro. ¿Cómo quieres que olvide en una hora, el recuerdo más poderoso de su vida, la emocion más profunda de su existencia?
La Condesa, pues, se sometió a la voluntad del Altísimo y esperó tranquila, y esforzándose por no desearla, la muerte de su marido, antes que la suya llegase.
La herida de la cabeza de la niña, era leve, pero profunda y grave la de la mano. Mustafá tenía casi roto un hueso. Amparo se vio obligada a quedarse en casa. Dos horas después, cuando estuvo más tranquila, la dije: No puedes volver a vivir con esa infame. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡no! ¡imposible! No puedes vivir tampoco conmigo. No, no; de ningún modo. Tampoco puedes vivir sola. ¡Dios mío! ¿y qué hacer?
Las gentes que perdían su dinero en el Casino guardaban un mal recuerdo; pero ¿dónde encontrar una ciudad más tranquila, plácida y limpia, con su temperatura primaveral en pleno invierno?... Todo el mundo pasa por aquí: mucho pillo, pero también se ven gentes ilustres y puede uno gozar de una sociedad distinguida.... Yo apenas juego, y por esto aprecio la hermosura del país.
Señora condesa, abrácela usted, porque nadie vendrá a arrancarla de manos de su verdadero dueño. Inés, descansa tranquila en ese seno, que no encierra egoísmo ni intrigas contra ti, sino sólo amor. Ella es para ti lo más santo, lo más noble, lo más querido, porque es tu madre. Diciendo esto callé; descansé como Dios después de haber hecho el mundo.
Las lágrimas, que en amargo tropel se asomaban a los ojos de la enamorada, quedaron detenidas y, fuese máscara del amor propio ultrajado o serenidad fingida, en su cara se dibujó de pronto una calma pasmosa: queriendo aparecer tranquila, se enjugó el llanto con el pañuelo; pero el dolor pudo más, y del pecho se le escapó un sollozo largo y angustioso que parecía quejido de alma moribunda.
¿Y el señor Dawson? preguntó al fin, cuando Reginaldo se hubo sentado en la orilla de la cama y yo en la silla. ¿Qué es lo que él dice? No tengo necesidad de pedirle su opinión repliqué rápidamente. Por la ley el secreto del cardenal es mío, y nadie puede disputármelo. Salvo su actual poseedor fue su tranquila observación. Su actual poseedor no tiene derecho sobre él.
Se me figura que no viene tan a menudo; ahora no te llaman todos los días para recibirlo como en los primeros días de mi enfermedad. Ha disminuido sus visitas; sin duda se ha dado cuenta de que yo no tenía tiempo disponible para recibirlo, yo no estoy tranquila sino al lado de usted. ¿Me dices la verdad, hija mía? interrogó el señor Aubry con aire triste. Sí, padre, ¿por qué esa pregunta?
Su espíritu, impresionado primero por la sublime presencia del océano, y ahora por la dulce poesía de aquel lago, se despegaba con tedio de la vida torcida y artificiosa que acababa de dejar, de sus placeres mentidos y pecaminosos, y se unía con cariño al sentimiento de dicha tranquila que aquel pueblecillo retirado y pintoresco inspiraba.
Palabra del Dia
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