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Partiré mañana y no volveré a Longueval mientras ella esté ahí. Mi resolución está tomada, bien tomada. Pero continuó su camino; quería verla... por última vez. Apenas entró al salón, Bettina corrió a recibirlo: ¡Al fin llegasteis!... ¡Qué tarde! He estado muy ocupado. ¿Y partís mañana? , mañana. ¿Temprano? A las cinco de la mañana.

Reaparecieron en ella la mirada dura y la voz cortante que habían acompañado su llegada. Acabemos. He venido para devolverte tu dinero. ¿No quieres recibirlo? ¿Insistes en tu negativa?... Yo encontraré el medio de que lo aceptes. ¡Buenas noches, Miguel!

A la tarde, después de dados dos repiques de campanas para anunciar las vísperas, va el cabildo, montados y acompañados de los oficiales reales y demás concurrentes, a casa del gobernador, o teniente gobernador, a sacarlo para el paseo del estandarte, donde concurren todos los administradores y demás españoles concurrentes, como asimismo los corregidores y cabildos de otros pueblos; y todos montados van desde allí a casa del alférez real, al que acompañan y llevan a que tome el real estandarte; y al recibirlo repite el «viva el Rey» al son de cajas, clarines, campanas y varios tiros de camaretas; y dispuestos en buen orden dan vuelta la plaza, caminando delante los oficiales militares de a pie con las banderas, picas y demás insignias, jugando y batiendo las banderas de trecho a trecho, y repitiendo «viva el Rey». Llegan a la puerta de la iglesia, donde esperan los curas a todos los religiosos concurrentes, los que, después de dada el agua bendita, acompañan hasta el presbiterio al real estandarte, el que recibe el cura o el que ha de celebrar la misa, y coloca dentro del presbiterio, al lado del evangelio, en un pie de madera, y al alférez real le ponen silla, tapete y almohada, al mismo lado de afuera del presbiterio, enfrente de la que ocupa el gobernador o teniente gobernador; y, en acabándose las vísperas, vuelven a retirarse en la misma forma y, dando antes vuelta a la plaza, colocan el real estandarte en su lugar.

El ángel voló sonriendo hacia la enferma, ella abrió los brazos para recibirlo y el movimiento que hizo la despertó. Al abrir los ojos, vio entrar a la vieja condesa con traje de viaje y al joven Gómez trotando a su lado. El niño sonrió instintivamente a aquella linda muñeca blanca con cabellos de oro, e hizo ademán de querer trepar a la cama. Germana intentó ayudarle, pero no era bastante fuerte.

Ató su caballo en la verja del jardín y subió con paso pesado y ruidoso la pequeña escalinata, a lo largo de la cual, en grandes tiestos, los ásteres medio muertos bajaban lamentablemente la cabeza. La campanilla hizo oír su ruidoso repique en toda la casa, pero nadie se presentó a recibirlo.

Así es que algunos años antes de su abdicación, hallándose el César en los Países Bajos, encargó á su hijo D. Felipe que, antes de partir á casarse con la Reina de Inglaterra, fuese al célebre convento y plantease en él las habitaciones que debían construirse para recibirlo y albergarlo en su día.

22 Y siguiendo Barac a Sísara, Jael salió a recibirlo, y le dijo: Ven, y te mostraré al varón que buscas. Y él entró donde ella estaba, y he aquí Sísara yacía muerto con la estaca por la sien. 23 Y aquel día sujetó Dios a Jabín, rey de Canaán, delante de los hijos de Israel.

Existía entre los dos cierto asunto de dinero que ella necesitaba resolver. No le había escrito porque después de los sucesos recientes consideraba inoportuno el envío de una carta. Además, ni ella podía ir á Villa-Sirena ni quería recibirlo en su casa.

A la puerta de la cámara real se le anuncia, que á él sólo se le permite la entrada, por cuya razón se ve obligado á despedir su acompañamiento. Un cortesano le dice que espere hasta que el Rey pueda recibirlo. Descontento de esta recepción, intenta alejarse de allí; pero las puertas se cierran y se lo impiden.

Yo quería a Leocadia y ella parecía no recibirlo mal; después, lo viste y yo no me hice ilusiones, ella me dejó: desde entonces he procurado ir poco a tu casa; me era penoso verla y, la verdad, hasta me ofendía su indiferencia, porque era prueba de que mi amor propio me había engañado. Vi claro que nunca me quiso ni pizca. Y ahora, ¿qué pasa?