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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Ya está ahí Tristán... Sal a recibirlo... Voy a peinarme y vestirme en un periquete. Adiós, gañán... ¡Toma, por malo! Venga usted a peinarme. El joven que descendía del carruaje en el momento en que don Germán ponía el pie en la escalinata era alto, delgado, de agradable rostro ornado por unos ojos de suave mirar inteligente y por un pequeño y sedoso bigote negro.

Allí tiene su familia y siempre que va al norte, pasa la noche en casa. ¿Y qué tal hombre es? Excelente y servicial con todo el mundo. D. Salvador se mascó el bigote y puso una cara altanera, porque D. Juan llegaba en ese momento. Su mula, fatigada, se detuvo a la puerta, y el indio posadero salió a recibirlo.

¡A Juan, porque, ya después de aquellas cartas extrañas que Lucía le había escrito a la finca sin hablarle de su vuelta, recibirlo de aquel modo, con aquella mirada, con aquella explosión de cólera, con aquel desdén! ¿Pues cuándo había cesado de pensar Juan, cuándo, que aquel cariño que con tanta ternura prodigaba, sin fatiga ni traición, sobre su prima, era como una concesión de él, como un agradecimiento de él, como una tentativa, a lo sumo, de asir en cuerpo y ver con los ojos de la carne las ideas de rostro confuso y vestidura de perlas, que cogidas del brazo y con las alas tendidas, le vagaban en giros majestuosos por los espacios de su mente?

Dicen que no trabajaba bien cuando no había visto por la mañana a «la hijita». El no le decía «Nené», sino «la hijita». Cuando su papá venía del trabajo, siempre salía ella a recibirlo con los brazos abiertos, como un pajarito que abre las alas para volar; y su papá la alzaba del suelo, como quien coge de un rosal una rosa.

Además, su sentimiento al ver morir tan nobles animales, ¿no era ya una sensación digna de cantarse en primorosa prosa? Pidió pues prestada al mayordomo su escopeta, encaminose al estanque, y, con el corazón sangrando, a una vara de distancia, ¡pam! asesinó el primer cisne que saliera a recibirlo, esperando la consabida migaja de pan... ¡Inútil sacrificio!

¿Puedo decir al señor Fabrice que tiene usted a bien recibirlo? Sin duda.... a mi hora acostumbrada... pero es preciso que antes de casarse termine mi retrato... Dile que venga dentro de media hora. Beatriz le presentó de nuevo sus mejillas y se retiró. Pronto encontró a Fabrice en el parque, haciéndole un breve resumen de su entrevista con la baronesa.

La misma duda tengo con respecto a los billares; pero como si hubiera yo de extender ahora en el papel todas mis dudas, no haría gran diligencia en el artículo de hoy, prescindiré de digresiones, y diré en último resultado, que, ora fuese a despedir a un amigo, ora fuese a recibirlo, ora en fin con cualquier otro objeto, yo me hallaba en el patio de las diligencias.

A no me ha picado ninguna tarántula; ni quiero, ni tengo nada que ver con los que protesten afuera ni contra los que se encierran adentro, vengo a agradecer a don Eleazar el honor que me ha hecho y a comunicarle mi resolución. ¿Me quiere usted anunciar? No se si podrá recibirlo a usted... me dijo don Anselmo moviendo la cabeza. Vea usted si puede... quiero cumplir lo que yo considero un deber.

Un consejo no es eficaz ni sirve para nada si la persona que lo ofrece no se coloca en las circunstancias de aquella otra que ha de recibirlo. La casamentera nunca se percata de esta condición indispensable en todo consejo. Y aun asimismo, aun colocándose en estas circunstancias, es difícil el acierto, pues como dice Byron «rara vez sucede que de un buen consejo resulte algo bueno».

Vieron así llorar a Cristela de día y de noche... Eran tan buenas como curiosas esas cigüeñas. Compadeciéndose de la princesa, resolvieron hacerle un regalo para que se distrajese. Y, ya que era casada, trajéronle de París un hijito, en una canasta de mimbre. Al recibirlo, Cristela olvidó su pena dando un grito de alegría.

Palabra del Dia

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