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No tengo más que uno... ¡Uno solo que llena toda mi vida!... Haré Confesión pública... Llamad a los criados... Que acudan todos... ¡Criados de mi casa!... ¡Hermanos que llegasteis aquí conmigo!... ¿Dónde estáis? ¡Quiere hacer confesión ante vosotros Don Juan Manuel Montenegro! ¿Dónde estáis? ¡Llegad todos! El hijo y el capellán se interrogan con una mirada.

Partiré mañana y no volveré a Longueval mientras ella esté ahí. Mi resolución está tomada, bien tomada. Pero continuó su camino; quería verla... por última vez. Apenas entró al salón, Bettina corrió a recibirlo: ¡Al fin llegasteis!... ¡Qué tarde! He estado muy ocupado. ¿Y partís mañana? , mañana. ¿Temprano? A las cinco de la mañana.

19 Y mandó al mensajero, diciendo: Cuando acabares de contar al rey todos los negocios de la guerra, 20 si el rey comenzare a enojarse, y te dijere: ¿Por qué os acercasteis a la ciudad peleando? ¿No sabíais lo que suelen arrojar del muro? 21 ¿Quién hirió a Abimelec hijo de Jerobaal? ¿No echó una mujer del muro un pedazo de una rueda de molino, y murió en Tebes? ¿Por qué os llegasteis al muro?

El enmascarado persistió en su silencio, y a lo del garrote sólo respondió con un ronquido, especie de interjección que en aquella tierra se usa. Don Ramón continuó: No acierto a explicarme por dónde llegasteis a averiguar que acababa yo de vender mi mejor vino a los jerezanos y que llevaba doce mil reales en el bolsillo. Pero, en fin, ya tenéis los doce mil reales. ¿Por qué no os contentáis?

¿Es decir, que quepo? dijo don Francisco de Quevedo. Donde quiera que estemos nosotros, cabéis vos; pero entrad, que llueve. Desde que llegué á Madrid, que fué el mismo día que llegásteis vos dijo Quevedo entrando , no ha cesado ni un punto de llover; hambre tengo de cielo, y hambre de que no me lluevan desdichas; lastimado ando, y espantado y sin sueño aunque no duermo. ¿A dónde vais?

Y todos, sin distinción de razas y clases, fuertes y humildes, ignorantes e inteligentes, al eco de este nombre veían alzarse en el paisaje de su fantasía, bañada por el resplandor de la esperanza, una mujer de porte majestuoso, blanca y azul como las vírgenes de Murillo, con el purpúreo gorro símbolo de libertad sobre la suelta cabellera; una matrona que sonreía, abriendo los brazos fuertes, dejando caer de sus labios palabras amorosas: Venid a los que tenéis hambre de pan y sed de tranquilidad; venid a los que llegasteis tarde a un mundo viejo y repleto.

7 Y llegasteis a este lugar, y salió Sehón rey de Hesbón, y Og rey de Basán, delante de nosotros para pelear, y los herimos; 8 y tomamos su tierra, y la dimos por heredad a Rubén y a Gad, y a la media tribu de Manasés. 9 Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que entendáis todo lo que hiciereis.

Insignificante fué lo que yo hice para merecer tanto elogio, pudo decir por fin Roger. Mas no sabéis, señora, cuánta es mi alegría al volver á veros y saber que llegasteis sana y salva á vuestra morada, suponiendo que lo sea este castillo. Lo es, y el barón León de Morel es mi padre.

¿No me ha hecho en toda ocasión elogios exagerados de la nueva aya? ¿No me habéis pintado a vuestra amiga como una mujer buena, atenta y amable? ¿No llegasteis hasta hacerme creer vos misma que estaba agradecida a mi amistad y me tenía algún afecto? ¿Y no es así, señor? Callaos, Catalina; el aya es orgullosa, mal educada y colérica.