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Escuchábase un rumor confuso como el de las olas del mar a cierta distancia, sobre el cual saltaba el agudo son de la gaita, y el repiqueteo sordo y monótono del tambor. Algunas tiendas de campaña, donde, sobre mesas portátiles de tabla, yacían los hinchados odres, como víctimas preparadas al sacrificio, estaban rodeadas por numerosos grupos de hombres.

Despues se desayunaban, y marchaban cantando la letania de la Virgen, y despues de ella rezaba el Padre Cardiel el itinerario clerical. A la noche rezaban el rosario, y cantaban la Salve: y para el rezo de mañana y tarde, y para hacer cargar las mochilas y caminar, hacia el Padre señal con una campanilla que servia de tambor.

Para que ningún humano oído quede en estado de funcionar al día siguiente, añaden al tambor esa invención del Averno, llamada zambomba, cuyo ruido semeja á gruñidos de Satanás. Completa la sinfonía el pandero, cuyo atroz chirrido de calderetería vieja alborota los nervios más tranquilos.

Pequeña y corta, la primera parece un tambor mayor con las piernas cortadas, pues goza de una estatura desmesuradamente larga, con relación a los miembros inferiores. En pie es una enana; sentada parece inmensa. Su voz, retumbante, hace eco en todos los departamentos que tienen la suerte de recibirla; habla alto y firme y no admite que se discuta con ella.

Mostró la duquesa la carta de Sancho al duque, de que recibió grandísimo contento. Comieron, y después de alzado los manteles, y después de haberse entretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, a deshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor.

He desembalado a mis gentes, abierto mis paquetes, hecho mis camas, preparado la comida con un cocinero indígena que quería echar pimienta en todo, incluso en las sopas de leche. Han comido todos, paseado, vuelto a comer; ahora ya duermen y yo le escribo sobre la almohada de Germana, como un soldado sobre un tambor cuando ha terminado la batalla. »La victoria es nuestra, a fe de viejo capitán.

Después se miraba diez y nueve veces al espejo, se acicalaba, y en el colmo ya del regocijo, les quitaba a los chicos del tercero el tambor con que atronaban la casa toda, y tocaba por los pasillos con furor y denuedo, seguido de la turba infantil y por ésta con alegres chillidos aclamado.

Y entre este tintineo general, que casi ahogaba los sonidos de los instrumentos, desfiló la comitiva: el tambor mayor al frente de la banda; toda la servidumbre portadora de faroles; las camareras disfrazadas de floristas, y un gran número de animales, osos, perros y leones, mozos de buena fe, que sudaban bajo los forros de pieles y movían de un lado a otro sus cabezas de cartón rugiendo o ladrando.

Porque no era el traspunte vulgar que con cinco minutos de antelación recorre los cuartos de los actores gritando: «Don José; va V. a salir Señorita Clotilde; cuando V. guste». Ni por pienso: Antoñico tenía en su cabeza todos los pormenores indispensables para el buen orden de la representación; dirigía la tramoya con una precisión admirable, daba oportunos consejos al mueblista, hacía bajar el telón sin retrasarse ni adelantarse jamás; cuando había necesidad de sonar cascabeles para imitar el ruido de un coche, él los sonaba; si de tocar un pito, él lo tocaba, y hasta redoblaba el tambor con asombrosa destreza apagando el ruido para hacer creer al espectador que la tropa se iba alejando.

Es grisáceo; tiene cerca de dos centímetros; salta e intenta volar, y cuando cae de espaldas hace sobre el cartón un ruido sonoro de tambor. Ron, al principio, se ha azorado un poco de este estrépito.