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Actualizado: 11 de junio de 2025


Pero Visita era tambor de marina, como decían ella y la Marquesa; de otro modo, que nadie se la pegaba; conoció la turbación de Ana, y con gran júbilo, confirmó para sus adentros la teoría del pulvisés o sea de la ceniza universal. «Ana tenía celos; luego, tenía amor; no hay humo sin fuego».

Mesía, por toda respuesta, se acercaba entonces a ella, le pisaba un pie; pero la del Banco le recibía a pataditas, con lo que daba a entender «que era tambor de marina» y que seguía dominando en ella el criterio que había presidido a la bofetada de la tarde anterior.

Un doctor manda mucha fuerza, y más si es doctor porteño, pues ahora ellos se lo guisan y se lo comen todo, sin dejar nada para los demás, según decía mi finado... Si es tan amable que quiere oírme, yo le explicaré mi pleito, y a él de seguro le bastará una palabrita a los que mandan para que todo se arregle «sobre el tambor», como decimos allá.

Entonces, saliendo por fuerza de mi hipnotismo, me entretenía arrojándoles algunos de esos hermosos frutos de oro rojo que pendían al alcance de mi mano. El tambor a quien apuntaba se detenía. Un minuto de vacilación, una mirada en torno para averiguar de dónde vendría la soberbia naranja que rodaba hasta él por la zanja; recogíala después con ligereza y mordía a boca llena, sin mondarla siquiera.

¿Y por qué no había de serlo, señor? El duque también lo es. ¡Qué habías de ser liberal! tornó a decir el veterano en tono fuerte y recalcado, como un redoble de tambor. Vamos murmuró Rafael ; mi tío, por lo visto, no consiente en que sean liberales sino las artes que llevan esa denominación.

Apenas había chicuelo que no fuese obsequiado por sus padres o por los amigos de sus padres con un pito, con una trompeta o con un tambor. Y como casi todos desplegaban en seguida su capacidad musical en los instrumentos que les habían mercado, el aire resonaba con marcial y alegre, aunque algo discordante armonía.

Se puso pálido y se acercó más al doctor. ¿Vamos? propuso éste . Usted, señor Pomerantzev, vaya delante. Estas palabras sonaron en los oídos de Pomerantzev como una llamada al poder. Se irguió orgullosamente, y empezó a andar con paso firme, imitando con las manos los movimientos de un tambor y tarareando algo parecido a una marcha guerrera. ¡Tam-tara-ta-tam! ¡Tam-tara-ta-tam!

Como existen en todo campamento, además del supremo consejo que se celebra en la tienda del General, tantos consejillos como grupos de soldados se escalonan aquí y allá, en la cantina o en campo raso, para echar una caña o tirar un par de cartas, nosotros siempre estábamos dilucidando en corros más o menos grandes la eterna cuestión de nuestro encuentro con los franceses. ¡Cuántas veces, reunidos junto a un tambor, donde había un jarro de vino, dispusimos el paso del río, el ataque del enemigo en su posición de Andújar, u otras hazañas de la misma harina!

Aunque por la costumbre que tienen de acudir a sus distribuciones saben el día y hora de todo, están tan acostumbrados a no hacer nada sin que se lo manden, que para todo aguardan la señal del tambor, o la voz del pregonero o publicador; y así en todo el día se oyen repetidos toques de cajas y publicar por las calles lo que deben hacer.

Los sacerdotes aztecas abrían el pecho de sus víctimas y arrancábanles el corazón, palpitante aún, para ofrecerlo al terrible Huichilobos, que presidía el Cu mayor... Constantemente se oía el rumor de la pelea y arroyos de sangre por todos lados me cercaban... Retumbó en mis oídos el «triste sonido» del tambor que, según Bernal Díaz, podía oírse a dos leguas de distancia, y desperté excitado.

Palabra del Dia

vorsado

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