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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Su empleado, un joven moreno, pobremente vestido, tenía por el contrario el semblante apático; adelantándose como aburrido, puso el libro sobre la mesa dispuesta en mitad de la sala y buscó, sin apuro, el folio en que debía formularse el contrato matrimonial. Una sirvienta corrió a llamar a los novios. Raquel se cubrió la cara con las manos y comenzó a sollozar.

Felicita lanzó grandes alaridos. Acudió Telva, a medio vestir. De prisa, de prisa, acompáñame. La sirvienta dudó si sujetar por la fuerza a su ama; pero era tal el brillo que fosforecía en los ojos de Felicita, que Telva obedeció. Salieron a la calle. Llovía reciamente. Iban resguardadas bajo un enorme paraguas aldeano, de color violeta. Pero, ¿adonde vamos a estas horas?

La proposición de buscar una sirvienta para los más vulgares menesteres irritó á la alemana. ¡Nunca!... Tal vez sería una espía. Y la palabra «espía» tomaba en sus labios una expresión de inmenso desprecio. La doctora se ausentaba con viajes frecuentes, y era Karl, el empleado del escritorio, el que recibía á los visitantes.

¿Os imaginabais que no sabía por qué habíais huído del castillo durante la noche como una ladrona? replicó victoriosamente la condesa . Ahí, sobre la mesa, está el papel que deslizasteis bajo la puerta de Elena, sirvienta infiel. ¿Queríais libertarla? Es decir, ¿la queríais vender a alguien que os había pagado para traicionarme?

Su alma ingenua ya no pudo dudar que Adriana estaba salvada. Únicamente se asustó por la posibilidad de que Julio no llegara a tiempo. Pensó hablarle por teléfono; pero desistió, temiendo que Adriana la sorprendiera. Llamó furtivamente a Lola, la sirvienta. Oye, llevarás una carta al señor Lagos, pero que nadie te sienta salir.

Os he comprendido. Mientras Marta no sea para más que una sirvienta, tiene que sonrojarse de su amor; pero así que tenga la certidumbre de ser mi mujer, tendrá, por el contrario, mil razones para estar orgullosa de mi amistad. ¿No es ése vuestro modo de pensar? , balbució Catalina estremeciéndose . Pero, ¿acaso queréis proponerle el matrimonio tan pronto, mañana mismo?

La señora... o más bien Margarita de Schminspaen, era sirvienta, y yo lacayo, en Bruselas, en casa del conde de Bruinsteen, un hombre gastado y loco que se pasaba ocho meses del año en su sillón, paralizado por la gota. Margarita, por medio de halagos y adulaciones, lo tenía dominado por completo.

Don Anselmo sigue un poquito mejor. Felicita palpaba a la sirvienta: ¿Sueño? ¿Eres ? ¿Soy yo de carne? ¿No somos fantasmas? Telva respondía mentalmente: «¿ de carne? Puro hueso, y ya muy duro. ¿Pantasmas? No estás mala pantasmona....» Felicita proseguía: ¿Has hablado? ¿Me figuré oír una voz? ¿Qué me has dicho? Que don Anselmo sigue un poquito mejor.

Ella fue quien reconstruyó la iglesia, ella quien mantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta del cura, ella quien, dos veces por semana venía en su gran landó, cubierto de vestiditos de niños y gruesas enaguas de lana, a buscar el abate Constantín para salir a caza de pobres, como ella decía. El anciano sacerdote continuó su camino pensando en todo esto.

Así que sacié mi apetito, levantó la mesa la sirvienta, se encendió un espléndido fuego en el hogar, y nos sentamos, el cura y yo, cada uno a un lado de la chimenea. Veamos, pues, Reina, hablemos seriamente. ¿Qué tienes que contarme? Adelanté mis piececitos hacia las llamas del hogar y respondí tranquilamente. Mi cura, me muero.

Palabra del Dia

hociquea

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