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Vuelve allí, y acompáñame a reír de aquel marido y mujer, tan amigos de coche, que todo lo que habían de gastar en vestir, calzar y componer su casa lo han empleado en aquel que está sin caballos agora, y comen y cenan y duermen dentro dél, sin que hayan salido de su reclusión, ni aun para las necesidades corporales, en cuatro años que ha que le compraron ; que están encochados, como emparedados, y ha sido tanta la costumbre de no salir dél, que les sirve el coche de conchas, como a la tortuga y al galápago, que en tarascando cualquiera dellos la cabeza fuera dél, la vuelven a meter luego, como quien la tiene fuera de su natural, y se resfrían y acatarran en sacando pie, pierna o mano desta estrecha religión; y pienso que quieren ahora labrar un desván en él para ensancharse y alquilalle a otros dos vecinos tan inclinados a coche, que se contentarán con vivir en el caballete dél.

El mareo de Enriqueta debió ir en aumento, pues antes de concluir la comida se levantó, diciéndole á su hermana: Acompáñame, Matilde. Enriqueta y Matilde, pues ya sabemos sus nombres, abandonaron la mesa, quedando solamente el sexo fuerte. El almuerzo terminó, y siguiendo la añeja costumbre, el fraile se despidió de nosotros para buscar una tranquila y cómoda digestión en unas horas de siesta.

Hería mi vanidad en lo más vivo, lastimaba mi amor propio, y provocaba mi cólera. Sólo el cariño me hacía callar, que si no, habría recibido de su «amito» muy dura reprensión. ¡Pobrecillo! Le hubiera yo matado. Bueno; me dijo ese día, al acabar la cena, acompáñame. Toma tu sombrero y vente conmigo. Tengo que decirte muchas cosas.

Felicita lanzó grandes alaridos. Acudió Telva, a medio vestir. De prisa, de prisa, acompáñame. La sirvienta dudó si sujetar por la fuerza a su ama; pero era tal el brillo que fosforecía en los ojos de Felicita, que Telva obedeció. Salieron a la calle. Llovía reciamente. Iban resguardadas bajo un enorme paraguas aldeano, de color violeta. Pero, ¿adonde vamos a estas horas?

Acompáñame ahora, la calle abajo, al destrozado convento de S. Francisco, digno rival un tiempo del de S. Pablo, y como él poderoso antemural del catolicismo por la religiosa órden fecunda en santos que allí se albergaba. Hay en un ángulo de su espacioso claustro bajo, una fuente, cubierta con pequeña cúpula pintada por dentro, que denota grande antigüedad.

dijo recobrando la zozobra que al principio había advertido en ella ; quiero traerla aunque sea arrastrada por los cabellos... ¡Ay! Gabriel, estoy tan angustiada que no cómo contarte lo que me pasa. Pero vamos, acompáñame. No me atrevía a salir sola a estas horas. Diciendo esto tomaba mi brazo, y con impulso convulsivo me empujaba hacia la escalera.

Al ver a Maltrana sumido a todas horas en el estudio, sentía cierto miedo por la suerte de su alma. Poníase entonces la mantilla, y con traje negro y el rosario en la muñeca, entraba en el cuarto del estudiante. Isidrín, hijo mío, te vas a matar estudiando tanto... Acompáñame. Se lo llevaba a misa o a la novena, a los templos donde se anunciaban sermones de predicadores de cartel.

Gabriel dijo como quien despierta de un mal sueño . ¿Cómo has entrado aquí? ¿Qué buscas? No me esperabas sin duda. Su acento de profunda sorpresa no indicaba pesadumbre ni contrariedad. Después añadió: No parece sino que te ha enviado Dios en socorro mío. Acompáñame: tengo que salir a la calle. ¡A la calle! exclamé más desconcertado aún.

Vamos: acompáñame hasta la mitad del corredor. ¡Mi Ana, madrecita mía, mi madrecita! Y lloró Lucía aquella mañana, como se llora cuando se es dichoso. ¡Fiesta, fiesta! El médico lo ha dicho; el médico, que vino desde la ciudad a ver a la enferma, y halló que pensaba bien Petrona Revolorio. ¡Fiesta de flores para Ana!

Te juro interrumpió él con acento solemne , que nunca te abandonaré..., y si algún día eres libre..., en fin, ya hablaremos. Pretendió ir por la calle de Bailén abajo para prolongar el paseo, mas Cristeta le hizo volver. Vámonos, tengo prisa decía ; acompáñame hasta pasado el Viaducto. Como quieras; pero ¿te arrepentirás de lo dicho?