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Una negra vieja que en otro tiempo había pertenecido a su familia y había sido vendida en Buenos Aires, lo reconoce; sabe que está detenido: «Amito le dice , ¿cómo no me había avisado? En el momento voy a conseguirle pasaporte. ¿?

A ustedes les tocará lo más penoso, disponerla, y hacer los buñuelos. ¡Sin buñuelos no hay Noche Buena! ¡Allá usted, Angelina, usted que se pinta para todo eso! Pondremos la mesa en la sala, y usted, doña Carmelita, cenará con nosotros. No habrá nacimiento.... ¿Quién nos mete en dificultades? Yo bien quisiera, para que el amito se acordara de cuando era «coconete». ¿Te acuerdas?

Como la del P. Solís cuando se va a la dominica.... Mira: procura salir buen charro; tu papá se pintaba para eso, y les daba cartilla a muchos de esos que se la echan de buenos cuando no son más que unos «cachaletes». ¡Cuidado, Rorró! ¡Cuidado, amito! ¡No dejes mal puesto el pabellón!

Hería mi vanidad en lo más vivo, lastimaba mi amor propio, y provocaba mi cólera. Sólo el cariño me hacía callar, que si no, habría recibido de su «amito» muy dura reprensión. ¡Pobrecillo! Le hubiera yo matado. Bueno; me dijo ese día, al acabar la cena, acompáñame. Toma tu sombrero y vente conmigo. Tengo que decirte muchas cosas.

Yo, amito; la señorita Manuelita no me lo negaráUn cuarto de hora después la negra volvía con el pasaporte firmado por Rosas, con orden a las partidas de dejarlo salir libremente.

Cásate. Yo no me casé porque cuando pude hacerlo ya era viejo, y además no necesitaba de familia. Con los de tu casa tenía yo bastante. Siempre me quisieron mucho. Lo único que siento es que no he podido pagarles tantos favores como les debo. Amito: si yo fuera rico no tendrías que servir a nadie, nadie te mandaría.... El pobre Andrés me abrazaba enternecido.

La hermosura del país, con cuyos accidentes se sentía unida por una especie de parentesco, la escasa felicidad que había gustado en él, la miseria misma, el recuerdo de su amito y de las gratas horas de paseo por el bosque y hacia la fuente de Saldeoro, los sentimientos de admiración o de simpatía, de amor o de gratitud que habían florecido en su alma en presencia de aquellas mismas flores, de aquellas mismas nubes, de aquellos árboles frondosos, de aquellas peñas rojas, y como asociados a la belleza, al desarrollo, a la marcha y a la constancia de aquellas mismas partes de la Naturaleza, eran otras tantas raíces morales, cuya violenta tirantez, al ser arrancadas, producíala vivísimo dolor.

¡Vaya, muchacho.... Ten valor!... Fía en .... Si algo tenemos que me parezca grave, no tardaré en avisarte... pero no quiero que vivas engañado.... Todas las cosas tienen su fin.... El estado general de tu tía es malo, malísimo, pero, repito: por ahora no hay que temer.... Más tarde, cualquier día.... En fin.... ¡Dios dirá! Vete con Dios. Al pasar hablé con Andrés. No tengas cuidado, amito.

¡Bonita facha la mía para ir allá! ¿Qué viene a buscar ese viejo? dirán. ¡Andrés! No, amito; conocerse no es morirse.... A las nueve y media llegué a la casa de Gabriela. En la antesala jugaban a los naipes varios amigos. Sarmiento, Porras, don Carlos y el P. Solís. La señora y Pepillo estaban todavía en el comedor. No bien saludé a los jugadores cuando apareció Gabriela.

De ordinario, acabado el desayuno, mientras señora Juana retiraba los platos, Andrés se levantaba y se iba a la cocina: Señora Juana: vaya usted por allá; tengo muy buen arroz. Vaya usted, que ahora está todo muy bueno en el changarro. Hay una mantequilla que... ¡qué ya verá usted cómo se chupa los labios el amito! Volvía, tomaba asiento, y conversaba un rato.