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Actualizado: 23 de junio de 2025
Adela, locuaz y voluble, ya andaba en la canastilla, ya revolvía en la falda de Ana los adornos del gorro, ya cogía como útil el que acababa de desechar con un mohín de impaciencia, ya sacudía y erguía un momento la ligera cabeza, fina y rebelde, como la de un potro indómito. Sobre las losas de mármol blanco se destacaban, como gotas de sangre, las hojas de rosa.
Cogió un chambergo que estaba sobre una silla, un cachiporro del rincón inmediato, y me dijo, mientras yo me sacudía las perneras del pantalón después de enderezarme: Cuando usted guste.
Ha sido un viaje delicioso corroboró Cirilo con toda su alma. Tristán disimuladamente sacudía la cabeza mirando a Clara con expresión de burla y sorpresa; pero aquélla, gozando con la risa de Visita, no le hacía caso. Era en efecto la risa de la ciega tan fresca, tan comunicativa que no se la podía oír sin sentirse tentado de ella. Aquel matrimonio tenía un parentesco lejano con don Germán.
Para esto hubo de adoptar postura violenta, haciendo almohada de sus brazos, cruzados sobre el respaldo, y al dormirse se le quedó colgando la cabeza, de lo que le sobrevino un tremendo tortícolis a la mañana siguiente. Al amanecer de Dios, vencida del cansancio Doña Paca, se quedó dormidita en un sillón. Hablaba en sueños, y su cuerpo se sacudía de rato en rato con estremecimientos nerviosos.
¡Ah! qué forzuda sois, ¿eh? repuso Silas, mientras que Eppie, a quien los brazos le dolían, los sacudía riendo . Vamos, vamos, no volváis a alzar piedras y venid a sentaros conmigo junto al barranco. Podríais lastimaros, hija mía. Necesitaríais de alguien que trabajara por vos, y mi brazo no es ya bastante vigoroso.
El alma se le desgajaba y sacudía resistiéndose a albergar en su seno la ira. Los ojos se le llenaron de lágrimas, las rodillas se le doblaron. Cayendo a los pies de su mujer, le besuqueó las manos. «Ten piedad de mí le dijo con aflicción más de niño que de hombre . Por tu vida... la verdad, la verdad. Ese señor... tú esperándole... él pasaba por verte.
El amor es el maestro, la pena es el domesticador, y el tiempo es el médico del corazón humano. Mientras las máquinas se movían, el viento rugía y el agitado mar se sacudía violentamente, yo me paseaba de arriba abajo, cavilando, confundido en la carta de juego que llevaba en mi bolsillo, y reflexionando en todo lo que había sucedido.
Aquellos hierros que les separaban y que él inútilmente sacudía con impotente fuerza, eran sus propios votos, y aquel instante supremo de su vida, la ratificación solemne de la infame ley que le decía: «No te amarán.» Sintiéndose morir, dejó caer con desaliento los brazos, y todo su rencor se disolvió en dos lágrimas que rodaron lentamente por su abrasado rostro.
Quiero ver desde esas puras estrellas que ocultas con tu presencia a esta mísera tierra encadenada a su feroz egoísmo, a su tristeza y oscuridad... Un estremecimiento de anhelo sacudía, el cuerpo del escultor. Su faz parecía iluminada por una luz inmortal: sus nervios se dilataban por la emoción: en sus ojos extáticos, clavados en el cielo, temblaba una lágrima.
La condesa, sin vacilar, puso su diminuta mano sobre el testuz del animal; después lo cogió por un cuerno, y, por último, empezó á acariciarle el hocico. La vaca al principio sacudía la cabeza, hacía sonar la cadena que la sujetaba; mas pronto se dió á partido, contentándose con soplar fuerte y abrir mucho los ojos.
Palabra del Dia
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