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Se apartaron, y a boca de jarro, Jacinto soltó la palabrita: No puede ser, no puede ser y no puede ser; el mes que viene quizá, pero hoy no, no y no. Sacudía la cabeza a cada negativa. La liquidación de mayo es un desastre general; no habrá uno que se salve de la volteada: ¡hasta Schlingen quiebra, dicen! ¿qué puedo yo hacer?

A las nueve muy largas, cuando cerca de cinco mil barquillos reposaban en el tubo, todavía el padre y la hija no habían cruzado palabra. Montones de brasa y ceniza rodeaban la hoguera, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba de calor, el viejo sacudía frecuentemente la mano derecha, medio asada ya. Por fin, la muchacha profirió: Tengo hambre.

De esta suerte prosiguió vociferando y alejándose poco a poco, mientras Andrés levantaba del suelo a la víctima y la sacudía con la mano el polvo. Celesto se tocó por todas partes, a ver si tenía algún paraje del cuerpo magullado, y dijo exhalando un suspiro: ¡Qué gran yegua! Yo pensé que le había tirado a usted el caballo, porque pasó delante con gran rapidez...

Una tarde lluviosa, Ulises, al volver al buque, dió orden de que buscasen al segundo, mientras sacudía su impermeable en la entrada de las cámaras. La rada estaba obscura, con olas espumosas, cortas y gruesas, que saltaban como carneros. Los acorazados echaban humo por sus triples chimeneas, prontos á hacer frente al mal tiempo con las máquinas encendidas.

Setos de madreselva y zarzamora orlaban el camino, y de trecho en trecho se erguía el tronco de un negrillo, robusto y achaparrado, de enorme cabezota, como un as de bastos, con algunos retoños en la calvicie, varillas débiles que la brisa sacudía, haciendo resonar como castañuelas las hojas solitarias de sus extremos.

Y te digo más: vendrá un día en que, como hoy, desearás verme, aunque sólo sea el espacio de un segundo... y atropellando por cuantos obstáculos se ofrezcan, y despreciando cuantas trabas te lo impidan, vendrás a ... a . Diciendo esto la sacudía por las muñecas, como el huracán sacude al tierno arbusto.

No se me pasaba un instante sin pensar en ella. Era para luz, alegría, juvenil regocijo, primera aspiración de amor; ilusión de niño que yo creía perdida para siempre y que de pronto aparecía delante de , esperanza malograda que ébria de vida sacudía sus alas de mariposa en el fondo de mi corazón, reanimada por la luz de los ojos azules de la niña.

La tempestad sacudía los postigos, la nieve, empujada por las ráfagas del viento, barría los vidrios con un roce ligero y la lámpara de pantalla verde suspendida del cielo raso, esparcía sobre su fulgor apacible.

Trabajo no pequeño se pasaba, Que la gente sin fuerzas no podía Tomar remo, que el viento nos faltaba, Y á veces por la proa sacudia. El temor de la hambre apresuraba, Esfuérzase quien fuerzas no tenia: Navegando una noche

En los allegros se sacudía con fuerza y animación, extraña en hombre al parecer tan apático; los ojos, antes sin vida y atentos nada más a la música, como si fueran parte integrante de la flauta o dependiesen de ella por oculto resorte, cobraban ánimo, y tomaban calor y brillo, y mostraban apuros indecibles, como los de un animal inteligente que pide socorro.