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Actualizado: 23 de julio de 2025


El buen señor, aunque había leido mucho sobre los antiguos, por falta de museos en Filipinas jamás había visto nada de aquellos tiempos. Traigo además, costosísimos pendientes de damas romanas encontrados en la quinta de Annio Mucio Papilino en Pompeya... Cpn. Basilio sacudía la cabeza dando á entender que estaba al corriente y que tenía prisa por ver tantas preciosas reliquias.

Pero sacudía la cabeza pensando en Julî, en el estenso porvenir que tenía delante: contaba con vivir sin manchar su conciencia. Seguía el tratamiento prescrito y vigilaba. Con todo, el enfermo iba cada día, con ligeras intermitencias, peor.

Llevábase las manos á la garganta, sacudía la cabeza, ¡imposible! trató de reir y sus labios se agitaron convulsivamente: un ruido opaco como el soplo de un fuelle era lo más que pudo producir. Miráronse las mujeres espantadas. ¡Está mudo, está mudo! gritaron llenas de consternacion, armando inmediatamente un regular alboroto.

En los guardarropas, en los gabinetes de aseo, en los pasillos interiores, en los subterráneos, en todos los recovecos donde criados, camareras y bomberos viven bajo una eterna luz artificial, esta novedad sacudía la calma dormitante del personal subalterno.

Y si no se ofrecía a coser las sayas de Amparo y no le hacía la cama, era por unos asomos de natural y rústico pudor que no faltan al más zafio aldeano. A la tullida le daba vueltas, le sacudía los jergones, y la sacaba en vilo del lecho, tendiéndola en un mal sofá comprado de lance, mientras se arreglaba su cuarto.

Parapetada detrás de sus antiparras, la madre Angustias observaba los bostezos y acariciaba su caña dictatorial sin decir palabra á la culpable, esperando á que se durmiera, y entonces ¡ira de Dios! le sacudía un cañazo, seguido de una retahila de insinuaciones coléricas.

Cuando oyó al ex presidiario abrir la puerta de su cuarto, supo ahogar su voz y reprimir la risa nerviosa que sacudía su viejo cuerpo desde la cabeza a los pies. Para descender la escalera en seguimiento de su guía, se quitó los zapatos e hizo todo el camino descalzo, entre los guijarros y las espinas que ensangrentaban sus pies a cada paso.

El sol hizo surgir los colores del iris en el chorro de agua que caía como un espléndido penacho sobre la calle: el empleado municipal lo sacudía sin curarse de su belleza, haciéndole servir a los fines prosaicos de la policía urbana; mas el chorro salía altivo y alegre de la manga y se esparcía en el aire, cayendo en lluvia de plata unas veces, otras en lluvia de cristal y otras de fuego.

Y la buena mujer, con el rostro contraído por el asombro y el dolor, le sacudía la mano para instarla á que hablase. Al fin, con voz entrecortada por los sollozos, Demetria habló: Me han dicho que no soy... que no soy hija de usted... que soy del hospicio. Lo mismo que le había pasado á su hija poco antes, toda la sangre de la buena Felicia fluyó al corazón.

Fuera, el viejo perro saltaba, aullaba, sacudía la cadena; dentro se oía la llama chisporrotear: tan profundo era el silencio; pero, en seguida, Catalina Lefèvre, con voz desgarradora, exclamó: ¡Gaspar!... ¡Hijo mío!... ¿Eres ? ¡, madre! respondió el soldado en voz baja y como si le ahogara la emoción.

Palabra del Dia

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