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Actualizado: 6 de junio de 2025
Aunque tocaba en los setenta años, estaba firme y robusto aún, si bien había perdido ciertos ímpetus juveniles, que le habían hecho famoso, llevándole en ocasiones á imitar al Divino Redentor, más que en la mansedumbre, en aquel arranque que tuvo cuando hizo azote de unos cordeles y echó á latigazos á los mercaderes del templo.
En mis manos tiene un brillo de relámpago y en mi pecho enciende redentor afán, y en su empuñadura, cuando ya la cojo, siento el loco empuje de una tempestad. Ya están en mis manos las dos sacras hoces que el herrero anónimo para mí forjó: la de hierro duro, que es mi fortaleza, y la de oro fino, que es mi ensoñación.
Lo mismo el confesor que los libros devotos le aconsejaban que pensase con frecuencia en la cruenta pasión y muerte del Redentor, y así lo había hecho hasta entonces, embargada de dolor y anegada en lágrimas. Se le clavaba en el alma aquel rostro contraído y angustiado de Jesús en la cruz, aquellos ojos entornados y moribundos, donde aun ardían el amor y la bondad eterna de un Dios.
Yo me convertía en redentor del alma que cautivaba y en salvador del alma que perdía, parodiando la sentencia divina y diciendo en mi interior: "Levántate: estás perdonada, por lo mucho que has amado." ¡Ah, cielos! ¿Por qué ocultármelo? Procedí con villanía. Era yo tan bajo y tan vil, que no comprendí nunca el vigor, la energía de la pasión que sin merecerlo había excitado.
El redentor sintió frío en el corazón. ¡Fortunata canonizada! Esta idea, por lo muy absurda que era, le atormentó toda la mañana. «Francamente dijo al fin, después de muchas meditaciones , tanto como canonizar, no; pero bien podría darle por el misticismo y no querer salir, y quedarme yo in albis». Vamos, que semejante idea le aterraba!
Apretaba la frente contra los pies del Redentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latir en sus sienes la sangre con singular violencia, mientras el dorado y sutil vello de su nuca se levantaba de un modo imperceptible a impulso de la emoción que la embargaba. De vez en cuando sus labios, pálidos y trémulos, decían en voz baja: ¡Sigue, sigue!
Tal era y tal debe ser, desde muy antiguo, el fin noble y redentor del arte.
Frente á este altar y en la nave de la izquierda está la pila bautismal, sobre la que hay un retabillo con un crucifijo. A los costados estan los beatos Simon de Rojas y Juan Bautista de la Concepcion de tamaño medio natural. A continuacion de la pila está el altar del Redentor crucificado en un retablo como los anteriores.
Y últimamente, si nuestras razones no son oídas porque no tenemos entendimiento para penetrar los justos motivos que para esto tienen los soberanos, ya no tenemos ni tendremos otro consuelo que clamar al cielo y entregarnos desde luego á la muerte; que en estas circunstancias será el único alivio en nuestras penas; pero aún esta puerta que la abrió liberal nuestro Redentor que derramó su preciosa sangre por redimir nuestras almas se nos vaya cerrando con la cierta amenaza de que si no dejamos los pueblos se han de ir nuestros Padres Curas para que ni tengamos el consuelo de adorar á nuestro Redentor en el Sacramento del Altar, ni el de oir una misa ni el de tener con quien confesarnos para morir como cristianos, sino que perezcamos como si fuésemos bárbaros ó infieles.
Embriagad al repetidor de las irreverencias de la medianía que veis pasar por vuestro lado; tentadle a hacer de héroe; convertid su apacibilidad burocrática en vocación de redentor, y tendréis entonces la hostilidad rencorosa e implacable contra todo lo hermoso, contra todo lo digno, contra todo lo delicado del espíritu humano, que repugna todavía más que el bárbaro derramamiento de la sangre en la tiranía jacobina, que ante su tribunal convierte en culpas la sabiduría de Lavoisier, el genio de Chénier, la dignidad de Malesherbes, que, entre los gritos habituales en la Convención, hace oir las palabras: ¡Desconfiad de ese hombre, que ha hecho un libro! y que refiriendo el ideal de la sencillez democrática al primitivo estado de naturaleza de Rousseau, podría elegir el símbolo de la discordia que establece entre la democracia y la cultura en la viñeta con que aquel sofista genial hizo acompañar la primera edición de su famosa diatriba contra las artes y las ciencias en nombre de la moralidad de las costumbres; un sátiro imprudente que, pretendiendo abrazar, ávido de luz, la antorcha que lleva en su mano Prometeo, oye al titán-filántropo que su fuego es mortal a quien le toca.
Palabra del Dia
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