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Pero entonces puse atención, y vi adelgazarse su rostro cada vez más, de día en día borrarse los colores de sus mejillas, y hundírsele los ojos más profundamente. Ya no cantaba, y su risa tenía una entonación de cansancio y velada, tan particular que me hacía sufrir al oírla, y más de una vez estuve a punto de gritarle: «¡No te rías

Esta es la salona, o comedor dijo mi tío al entrar en él . ¡Comedor! ¡Qué comedor ni qué cuartajo!... Le llamo así porque de eso sirve cuando se alojan en esta casa personajes finos como , o algún señor Obispo de acá o de allá, o cuando hay boda en ella y algunos días después... hasta que llega la confianza y se arregla uno tan guapamente en la «perezosa» de la cocina: en invierno, al amor de la lumbre, y en verano... por la frescura... ¡Cascajo!, no te rías, porque en la cocina de mi casa se tirita de frío en agosto en cuanto se dejan de par en par las dos puertas y la ventana que tiene... ¡Figúrate lo que pasaría si hiciéramos otro tanto esta noche, y eso que todavía estamos al acabarse el otoño! ¿Ves una puerta en esa pared de la izquierda?

Por de contado que esta tercera persona indispensable en el barco para ayudar en la maniobra a su piloto, maldita la falta haría allí para otra cosa, sino por el bien parecer; y si conocieras a Leto como le conozco yo, pensarías de la misma manera. Le creo capaz de las más heroicas abnegaciones. No te rías; porque te juro que es de lo más singular que se ha visto este sujeto.

Allá, cerca de San Isidro, yo tenía una novia; se llamaba Luciana, una linda muchacha de dieciocho años, que cantaba con una gracia exquisita las canciones de nuestro tiempo. Yo era pobre y muy joven: la casaron con un viejo rico. ¡Ah, no te rías, así le ha pasado a Blanca conmigo, cualquiera diría que yo he querido vengarme de las mujeres! Pero ¡qué épocas aquellas!

María no respondió a este fervoroso discurso. Siguió mirando con fijeza extraña y como absorta en lejanos pensamientos al fabricante de conservas. ¿Sabes una cosa? ¿Qué? Que han venido también los estuches con tus vestidos, pero aun no los he abierto. Los dos tienen sobre la tapa tu cifra con corona de marquesa. Aunque te rías, no dejaré de decirte que me dio un salto el corazón al ver la corona.

No te rías; aunque por fuera no me siento viejo, por dentro necesito ya sosiego, comodidades; la vida de fonda me horroriza.

Nacidos al pie de las rías bajas, aquellos políticos se reproducían como las sardinas. Al cabo de quince años, cada ministro le había dado vida a cinco ministros, a diez subsecretarios, a diez directores generales y a veinte gobernadores, sin contar los empleados subalternos.

Soy del Toboso, de ese pueblo ilustre entre los pueblos ilustres. Un tobosino no puede ser traidor. Pero puede ser tinaja. No te rías; esto es serio. Estamos hablando de la cosa más grave, de la cosa más trascendental». Y era verdad que estaba serio. «No nos detengamos aquí dijo Isidora viendo que el estudiante buscaba un sitio para sentarse . Hace fresco. Sigamos. En otra parte hablaremos mejor.

En fin, para que no te rías y para que no pienses que pretendo lucir mi estilo poético, te diré que llegué a Lisboa. Durante la navegación, sin embargo, tuve una aventura harto notable. Y como este escrito tiene trazas de confesión general, no me parece bien que se quede en el tintero, y voy a contártelo aquí aunque me exponga a tu reprobación y a tu censura.

Para que no te rías de un miembro de la familia, te contaré que Don Joaquín de Herrera Goya fué antepasado mío, aunque no en línea recta, pues murió soltero; su hermana, mi cuarta abuela, heredó de él esta hacienda y no si a ella se deba tan hermosa estatua.