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No se falta á los contratos con un teatro inglés sin pagar una indemnización formidable... Así pues, vendrá, y allí podremos hacer lo necesario. La temporada de Londres no creo que asustará á usted. Al contrario. Si no hay más que pasar el estrecho será para un placer.

Yo te aseguro gruñía Simón que he de hacer pagar caro a su amo este estropicio.

En fin, alabada sea su Divina Majestad, si todo esto lo manda para hacerte vomitar, como a otro San Ignacio, la ponzoña del mundo. No olvides, hijo mío, de qué modo tan patente el Señor ha querido arrancarte de los mesmos brazos de la muerte, que todos lo habemos tenido por milagro, y mira bien cómo te cumple pagar esa segunda vida que te concede.

Se había ido a vivir con el cura no por gusto, sino porque éste siempre lo había tenido en que los tenientes (o excusadores, como allí se les llamaba) viviesen a su lado, tal vez para tiranizarlos mejor. La rectoral estaba situada no muy lejos de la iglesia, a la entrada misma del Campo de los Desmayos. D. Miguel tenía por servidores una ama vieja y un criado joven. Los goces espirituales del pobre Gil estaban bien compensados con un sinnúmero de contrariedades y molestias que su rudo párroco le hizo padecer en seguida. D. Miguel era tan bárbaro en la vida privada como en la pública. Su voluntad despótica se dejaba sentir en todos los pormenores y en todos los momentos de la existencia. Luego, si esta voluntad fuese racional, vaya con Dios; pero la del formidable viejo era tan caprichosa como maligna. Se gozaba en contrariar los deseos de los que a su alrededor estaban, por mínimos que fuesen. Al ama la tenía frita: un día le impedía dormir la siesta, otro día le mataba un perrito al cual tomara gran cariño, otro le tiraba los tiestos que tenía en el balcón o la obligaba a permanecer en casa en ocasión de cualquier gran solemnidad religiosa, o le hacía pagar un desperfecto de la vajilla, etc., etc. Al criado le tostaba en parrilla: unas veces le mandaba en tarde de romería a cualquier aldea con un recado insignificante, para que no se recrease; otras veces le cerraba de noche la puerta si llegaba un minuto más tarde de lo convenido y le hacía dormir al sereno, o bien le obligaba a quitarse las patillas, o le vestía el ropón del monaguillo porque notaba que esto le molestaba mucho. Al excusador le crucificaba. Había tenido muchos, y a todos los había estudiado silenciosamente durante algunos días para conocer sus tendencias y aficiones. Una vez enterado, se ponía con particular cuidado a contrariárselas. Al anterior, hombre obeso y amigo de los placeres de la mesa, le hizo pasar cada hambre que por milagro no feneció; venía el infeliz de decir misa con ansia de tragarse el chocolate. ¡Buen chocolate te Dios! El cura había mandado previamente al ama a algún recado que durase dos horas por lo menos. ¡Qué debilidad, qué sudores, qué congojas las del pobre capellán! Si llegaban en sus paseos vespertinos a alguna casa donde les invitaban a merendar, el cura rehusaba manifestando que ya lo habían hecho en casa.

Por naturaleza Rafaela es leal, sincera y agradecida. Ni quiere mentir ni pagar los beneficios con ofensas. El afecto y la gratitud que muestra al Sr. de Figueredo, no pueden ser más verdaderos. Están además sancionados y como santificados por las creencias religiosas. Rafaela es católica ferviente.

Solamente se dio cuenta de su situación cuando al fin del mes se presentó la patrona en el cuarto a pedirle dinero; no lo tenía, porque ya no cobraba en la iglesia; fue necesario que llevase a empeñar el reloj de su padre para pagar la casa. Después se quedó otra vez tan tranquilo y siguió trabajando sin preocuparse de lo porvenir.

Usted, Marenval, me ayudó en diversas ocasiones á pagar deudas urgentes que me hubieran comprometido sin recurso, y , Cristián, trataste de arrancarme á mi disipación y á mi rebajamiento. El juego había llegado á ser mi único recurso, y para sostener mis fuerzas aniquiladas por las noches enteras que pasaba en las mesas de baccará, me di á la bebida.

Era entonces el mes de Febrero, el más caluroso del año en aquellos climas, y sólo de noche podía disfrutarse algún fresco. Estaba ya preparado un pick-nick en la Tejuca. Cuantos amigos quisiesen, podían ir inscribiéndose para ello en el casino y pagando después su cuota. Sólo las damas irían convidadas y sin pagar.

Por lo pronto, no era verosímil que el francés adelantase todo el dinero que se necesitaba para pagar la deuda de Bellido y montar por lo grande la zapatería. Pero, aun cuando el señor Colignon lo ofreciese, él no lo aceptaba, porque sabía de antemano que era dinero perdido. Confesábase a propio, honradamente, no haber nacido para gobernar un negocio.

Toma lo que quieras. Es para Guillermina. Mamá le dio dos, y le falta un pico para poder pagar mañana el trimestre del alquiler del asilo. Contestole el Delfín apretándole con mucha efusión las dos manos y arrugando el billete que estaba en ellas. En cuanto Guillermina pescó lo que le faltaba para completar su cantidad, dejó la costura y se puso el manto.