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Ahora, todo el dinero que guardaba en el bolsillo, una peseta y algunas monedas de cobre, era para pagar esta carrera de dolor, la última tal vez que harían juntos.

Solamente se dio cuenta de su situación cuando al fin del mes se presentó la patrona en el cuarto a pedirle dinero; no lo tenía, porque ya no cobraba en la iglesia; fue necesario que llevase a empeñar el reloj de su padre para pagar la casa. Después se quedó otra vez tan tranquilo y siguió trabajando sin preocuparse de lo porvenir.

Estaba allí lo más florido de la colonia americana y, ciertamente, los millones de todos los que aquella noche se reunieron en casa de Julio Harvey hubieran bastado para pagar la deuda de un estado europeo.

Después de lo que vuecencia acaba de hacer, no me atrevo á pedirle otra gracia. Hablad, hablad. Muchas gracias, señor, muchas gracias, no cómo pagar á vuecencia. Acabando pronto, Montiño. Es el caso, que mi mujer y mi hija y el galopín Cosme Aldaba, y el paje Cristóbal Cuero están presos. Ya veis que no me he olvidado de lo que me pedísteis.

Su marido, en momentos de expansión amorosa, cuando ella se sentía más supeditada, habíala arrancado firmas comprometedoras y tenía que pagar, so pena de ver sus bienes embargados.

La orquesta del Conservatorio tocaba todas las noches música selecta debajo de su ventana, y hasta llegué a pagar a un poeta de fama para que le escribiera madrigales, que yo firmaba.

Cuando le pidió dinero para comprar más ganado y pagar algunos picos que debía, D. Jaime puso muy mala cara, pero se lo otorgó en préstamo al diez por ciento: le hacía gracia especial, porque la mayor parte lo tenía colocado al doce.

Pero con gran disgusto de todos, no pudieron continuarse los ejercicios, pues no faltó quien indicase á los Padres de Deusto que era peligroso pagar con tales juegos literarios la bondad de los que les habían abierto de nuevo las puertas de España. En las Pascuas de Navidad, el salón de actos se convertía en un teatro.

Vamos, Doctrinillo, dámela. Ya sabes que tengo apalabrado á Perico Tinieblas, el del Portillo de Gilimón, que es hombre pintado para estas cosas. Y lo que es en la Plaza de la Cebada, no hay chalán que no sea capaz de comerse al Gobierno á una orden mía. No: las cosas han da ir en regla. No puedo pagar sino á su tiempo: tengo esa orden.

Yo, que me vi corrido y afrentado, y que ya me iban dando en la flor de lo rico, comencé a trazar de salirme de casa; y para no pagar comida, cama ni posada, que montaba algunos reales, y sacar mi hato libre, traté con un licenciado Brandalagas, natural de Hornillos, y con otros dos amigos suyos, que me viniesen una noche a prender.