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Actualizado: 26 de julio de 2025
Yo, que me vi corrido y afrentado, y que ya me iban dando en la flor de lo rico, comencé a trazar de salirme de casa; y para no pagar comida, cama ni posada, que montaba algunos reales, y sacar mi hato libre, traté con un licenciado Brandalagas, natural de Hornillos, y con otros dos amigos suyos, que me viniesen una noche a prender.
Topé a mis compañeros, licenciado Brandalagas y Pero López, los cuales estaban estudiando en unos dados tretas flamantes. En viéndome lo dejaron, codiciosos de preguntarme lo que me había sucedido. Yo venía cariacontecido y encapotado, no les dije más de que me había visto en un grande aprieto.
Y la mayor y fundamento de las otras fue que cuando llegué a casa y fui a ver una arca, adonde tenía en una maleta todo el dinero que había quedado de mi herencia y lo que había ganado, menos cien reales que yo traía conmigo, hallé que el buen licenciado Brandalagas y Pero López habían cargado con ello y no parecían. Quedé como muerto, sin saber qué consejo tomar de mi remedio.
Crecióles a todos el ojo y clamaron: ¡Venga el fraile norabuena! -Es hombre grave en la orden -replicó Pero López- y, como ha salido, se quiere entretener, que él más lo hace por la conversación. -Venga, y sea por lo que fuere. -No ha de entrar nadie de fuera, por el recato -dijo Brandalagas. -No hay tratar de eso -respondió el huésped-; ni criados.
Palabra del Dia
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