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Al día siguiente volvía como si tal cosa a romperse la cabeza contra el desprecio de la orgullosa heredera. Pensaba sinceramente que el verdadero obstáculo para el logro de sus afanes estaba en el conde de Onís. Confesábase que Fernanda sentía algún interés por él, o mejor dicho por su título, y se propuso ir a Madrid y comprar a peso de oro otro para ponerse a la altura de su rival.

Confesábase un gitano, ladrón empedernido y díjole el cura: ¿Qué harías, infeliz, si el Juez Supremo te llamara ahora al juicio? ¿Pues qué había de jacer?... ¡No dir!...

Oía misa todos los días, confesábase a menudo, aunque no tanto como sus amigos pretendían; alumbraba con un cirio en las procesiones o llevaba en hombros alguna imagen cuando los estatutos de la cofradía en que estaba inscrito lo exigían. Era amigo de todos los clérigos, con quienes departía familiarmente en las sacristías.

Hallándose un marido en peligro de muerte, llamó a su mujer y le dijo: Moriré contento, si me das palabra de no casarte con ese 135 oficial que te hace la corte. No tengas cuidado, respondió ella, que ya he dado la palabra a otro. Un borracho oyó las dos Y dijo con mucha paz 140 ¡Hombre! ¿dos veces la una? Ese reloj anda mal. Confesábase uno de prestar dinero con usura.

Lamentábase entonces de su imprudente apatía, y prometiéndose remediarla, confesábase allá en el fondo de su corazón Que propio del cobarde es Llorar la ocasión perdida. No la juzgaba él, sin embargo, pasada del todo, puesto que tenía en su poder las cartas de Garibaldi que explicaban su conducta y garantían su persona.

Por lo pronto, no era verosímil que el francés adelantase todo el dinero que se necesitaba para pagar la deuda de Bellido y montar por lo grande la zapatería. Pero, aun cuando el señor Colignon lo ofreciese, él no lo aceptaba, porque sabía de antemano que era dinero perdido. Confesábase a propio, honradamente, no haber nacido para gobernar un negocio.

Jamás salía de casa sin pedirle permiso, no fumaba en su presencia, se recogía al oscurecer, rezaba el rosario, confesábase cuando ella lo ordenaba. Mientras su cuerpo se desarrollaba prodigiosamente, se trasformaba en un mancebo bizarro y atlético, su espíritu continuaba tan infantil y sumiso como si nunca pasara de diez años.