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Actualizado: 12 de julio de 2025


Además, usted ha empezado a distinguirse en los últimos días como un rival de Nélida en punto a escandalizar a las buenas gentes. Sus «flirteos» casi han llamado tanto la atención como los de esa muchacha. Ella y usted son los dos primeros amorosos de a bordo.

La familia no debía inspirarle inquietud; lo peligroso era la banda, todos aquellos jóvenes habituados al trato de Nélida, unos como amigos, en espera de algo mejor, otros en continua rivalidad, pero satisfechos de la parte de posesión que consideraban ahora en peligro.

Ojeda sólo tendría que ocuparse de los gastos de su persona, y si era necesario, ella ayudaría también a su viejito... a su negro. ¡Nélida! protestó Fernando. Pero no quiso decir más. ¿Para qué?... Ni él aceptaba aquel viaje, ni ella, con la movilidad de sus fugaces impresiones, se acordaría tal vez de esto a la mañana siguiente.

Además, me encuentran una cabeza de carácter; voy afeitado, y esto gusta a algunas personas más que los bigotes. Había desaparecido para los dos amigos todo afecto. Nélida estaba entre ellos fomentando un sentimiento irresistible de rivalidad. Creyó Fernando que debía romper para siempre con su compañero.

Se contenía para no saltar al pescante tomando asiento al lado del conductor. Nélida se lamentó de la pesadez de sus padres. Imposible ver nada con estos viejos. Habían dado un rápido paseo por la ciudad, y allí estaban, en la terraza del café, agobiados por el calor, hablando de volverse al buque, sin fuerzas para emprender una nueva excursión.

Golpes repetidos en la puerta, y la voz gangosa del hermano de Nélida, una voz que balbuceaba más que de costumbre por el temblor de la cólera: «¡Abre... abre!». Empujaba la puerta como si quisiera echarla abajo. Por un resto de prudencia habló a través del ojo de la cerradura: «Abre: tienes un hombre en la "cabina"... Se lo voy a decir a papá».

El continuaba su carta con la memoria ocupada por el recuerdo de Teri, pero esto no le impedía, por costumbre o por «honradez profesional», el contestar con sonrisas y movimientos de cabeza a las caricias silenciosas de Nélida. Fatigada ésta de la inmovilidad de Ojeda, acabó por apartarse de la ventana, yendo hacia el avante del paseo, donde estaban Isidro y el doctor Zurita.

Cansado de este abandono, salió Fernando a la cubierta, y al dirigirse hacia el lado de proa, lo primero que vio en «el rincón de los besos» fue a Nélida tendida en una silla larga, con los ojos entornados, dejando al descubierto una buena parte de sus piernas, cubriéndose la cara con una mano como si quisiera ocultar su rubor, mientras a través de los dedos brillaban sus ojos de malicia.

Nélida mostrábase inquieta y displiciente, como si para ella fuese un tormento permanecer al lado de su madre. Por detrás de la cabeza de ésta hacía señas a Fernando; le hablaba con el movimiento silencioso de sus labios. «Vámonos: déjalaPero él no podía obedecer, retenido por las palabras amables y las miradas de la señora, que se enfrascaba en un elogio de las cualidades de su hija.

El Emir se había despojado de su caftán de seda, e iba vestido como los demás, con un terno a cuadros y un sombrero tirolés. ¡Adiós poesía! El príncipe de ojos de brasa, que habían perturbado por unas horas a la sensible Nélida, era vendedor ambulante en Buenos Aires.

Palabra del Dia

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