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Actualizado: 12 de julio de 2025


Bien puede ser que alguno haya hecho surgir en nosotros la primera idea inicial de este viaje con una lectura que ya no recordamos... Isidro, que al mismo tiempo que escuchaba a su amigo seguía con los ojos el curso de los paseantes, le tocó en un codo, interrumpiendo sus palabras. Mire usted a la sin par Nélida.

Pero al circular por las dos últimas cubiertas volvía siempre a las inmediaciones del salón, confundiéndose con el público menudo de criadas y niños que miraba por las ventanas. Antes de principiar la velada, Nélida se había aproximado a él, con su vestido escotado color de sangre.

Se imaginó ver unas cabezas que le atisbaban asomadas a una esquina del corredor y que de pronto se ocultaron. Pero ya no podía retroceder, y siguió adelante, mirando los números de los camarotes. La puerta estaba entreabierta, y antes de que él llegase se marcó en su estrecho rectángulo de luz la arrogante figura de Nélida.

Aún podía ofrecer un testimonio más importante: el doctor Ojeda, que la había encontrado a la una y media, cuando él se retiraba a su camarote, acompañándola hasta las tres. ¿Cuándo iba a terminar de martirizarla este malvado?... La madre tomaba partido por el hijo, mirándola a ella con ojos iracundos. Era la vergüenza de la familia: los iba a matar a disgustos. «Papá... papá», imploraba Nélida.

Arriba, en el paseo, el primero que le salió al encuentro fue Maltrana. ¿Ha oído usted la música? preguntó con cierto misterio. Ojeda quiso mostrar que estaba bien enterado. ; era en honor de un vecino suyo que celebraba su cumpleaños. No, Fernando; la música era para usted... Cosas de esos chicos, que están furiosos por la traición de Nélida. Una ironía pesada y roma como sus zapatos.

Aprobó Fernando todo cuanto ella quiso pedirle, y sólo así pudo conseguir que abandonase la ventana, estrechamente abrazada a él, contemplándolo con admiración. ¿De veras que morirías por ?... Repítelo viejito rico, que yo lo oiga... Dilo otra vez, mi negro. La gratitud perduró en Nélida gran parte de la noche.

Unos amigos hablaron seriamente de ir al camarote de Nélida para traerla a la fiesta y darle una paliza al hermano, proposición que puso foscos al belga y al alemán, como si cada uno por su parte se creyese el depositario del honor de la muchacha. Calló Maltrana, cual si temiera decir demasiado; pero ante la curiosidad de su amigo siguió adelante.

Ojeda, sintiendo un interés repentino por este relato, miraba a Nélida. Los dos hermanos continuó Maltrana se odian con un odio de raza, y por la noche disputan y se pegan.

Yo creo que en el fondo se odiaban sin saberlo. Inútil decir a usted quién es el verdadero culpable... ¿Quién ha de ser?... Nélida. Y lo más gracioso del caso es que ninguno de los dos la nombró, pero ambos la tenían en el pensamiento. Estaban furiosos desde hace días, desde que la muchacha se fijó en usted. Fue una suerte que no anduviese usted anoche por el buque. Hubiésemos tenido un disgusto.

Nélida deshizo con presteza la barricada de objetos, y otra vez salió a luz el doctor Ojeda, pero despeinado, sudoroso, con la faz congestionada, parpadeando cual si no pudiese resistir la luz. Ella rio al verle en esta facha, al mismo tiempo que arreglaba amorosamente el desorden de su traje y le sacudía el polvo del encierro.

Palabra del Dia

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