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Levantaba los hombros, sonreía con una expresión de cansancio, le pareció más agradable su camarote sin otra presencia que la suya... ¡Muchacha loca, adorable por una hora e insufrible por toda una noche!... Reía francamente al recordar las extrañas proposiciones de Nélida. ¡A Berlín él!... ¿Qué se le había perdido allá?... Y todo porque la niña le tenía miedo al hermano medio salvaje.

Nélida, al verse sola, se aproximó más a su amante con un impulso de entusiasmo. ¡Mi rey! ¡Mi dios!... ¡Mi... hombre! Y faltó poco para que lo besase en plena cubierta.

Había bastado que las gentes lo celebraran por una hora, para que aquella muchacha fuese en su busca a impulsos del insaciable y veleidoso deseo. El discurso de la fiesta y la aventura del tiro hacían de él un hombre interesante, un héroe apetecible, y allí estaba Nélida junto a él, con los ojos húmedos, una sonrisa de adoración y la lengua paseándose ávida sobre el rosa de los labios.

¡A !... exclamó Fernando levantando los hombros despectivamente y mirando a Nélida, que por casualidad fijaba al mismo tiempo sus ojos en él . No hay peligro, Maltrana... Me vuelvo con la yanqui. Cuando los dos amigos se reunieron en la mesa, a la hora del almuerzo, notaron la ausencia del doctor Rubau.

Ojeda hizo una señal negativa... Y sin embargo, de querer él, lo hubiese podido encontrar en dos minutos. Nélida e Isidro habían desaparecido desde media tarde. Al anochecer, cuando acababa de sonar el toque preparatorio de la comida, volvió a encontrarse con don Carmelo. Se acabó. El pobrecillo ha muerto. Voy a ver al carpintero para que lo tenga todo listo.

Apareció Nélida en la puerta del fumadero, mirando hacia el lugar donde estaban los dos amigos. Al ver a Ojeda inmóvil en su sillón, movió la cabeza con gesto aprobativo. Muy bien. Así le quería: obediente. Mientras ella se aproximaba, Isidro se marchó. Hasta luego... Comprendo que estorbo. ¡Buena suerte!

También él permanecía invisible, y lo mismo Nélida con su escolta de adoradores. El doctor Zurita pasó junto a Ojeda aspirando el humo de su tercer cigarro matinal. Poca gente dijo . Anoche, según parece, hubo farra larga. Debe haber abajo un tendal de muertos y heridos... ¡Qué muchachada tan viva! ¡Cosas de la edad!...

Nélida, ¡por Dios! baja de la ventana. Pero ella reía de su miedo, segura al mismo tiempo de la fuerza con que la mantenían sus brazos. «¡Ah... ah... ah!» Y echaba el cuerpo atrás, en el vacío, con tal ímpetu, que Ojeda hubo de hacer grandes esfuerzos para sostenerla. Di que si yo cayese te echarías de cabeza para salvarme... Di que morirías por tu nena...

Y Maltrana contempló al bondadoso patriarca con una admiración irónica. De vez en cuando se da cuenta de que existe su hija, y la acaricia bondadosamente. La madre, con el buen sentido que ha podido salvar de la oleada de grasa que invade su cuerpo, llama la atención de su marido sobre la conducta de Nélida.

Power y el matrimonio Lowe; el doctor Zurita hablando con dos compatriotas suyos «de las cosas del país». El padre de Nélida sonreía a través de sus barbas de patriarca, dando explicaciones a un grupo de amigos con insinuantes y suaves manoteos. Tal vez exponía los grandes negocios que le aguardaban en Buenos Aires, y de los cuales quería dar participación a los demás, generosamente.