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Al reunirse Nélida con Fernando le habló con apresuramiento. Iba buscándole desde una hora antes por todo el buque... ¡Lo que le ocurría a ella por culpa del hermano!... Cuando veas a papá, dile que estuviste acompañándome hasta las tres de la mañana en el comedor y que me encontraste a la una.

Sólo guardaba para ella contradicciones y negativas. Era más buen mozo que Maltrana: conforme; pero no era un héroe. Como el baile había terminado, Fernando se volvió al castillo central. Quiso dejar a Nélida gozando de su gloria, acogiendo serena como un ídolo la curiosidad de las mujeres y el deseo vehemente de muchos hombres, que la seguían con pasos de tigre.

Y ahora, Nélida, que venía hacia él contra toda lógica, cuando menos podía esperarlo; Nélida, «la de la boca de tigresa como decía Maltrana en su afición a los apodos homéricos , la de los ojos de antílope y la carne primaveral». En cuatro días tres amores... La vida de a bordo quería borrar con la rapidez de los hechos la monótona languidez de su ambiente.

Esta vez Ojeda dio a entender claramente su contrariedad. Aquella muchacha no aguardaba invitaciones: se convidaba a misma, sin consultar el humor y los recursos del dueño de la casa. Nélida le miró con ojos suplicantes. «¿No quieres que vaya?...» Si era por miedo a que la sorprendiesen, no debía tener cuidado. Sabría deslizarse sin que nadie la viese.

Nélida, por un brusco cambio de su carácter tornadizo, hablaba ahora con tristeza y miedo. Contaba los días que faltaban para la llegada a Buenos Aires. ¡Cuán pocos eran!... Recordaba a su hermano mayor, el rudo estanciero, que en las últimas cartas enviadas a Berlín profería contra ella terribles amenazas, comentando las denuncias que le había dirigido el hermano pequeño.

Siempre coartando su libertad, siempre con miedo a lo que diría la gente y hablando de virtud. ¡Y si ella repitiese lo que había oído a ciertas criadas viejas traídas de América, que servían a su madre desde el principio de su matrimonio!... La insufrible señora abusaba de su silencio riñéndola en nombre de la moral: una cosa excelente para la edad de ella, pero falta de significación y de utilidad para los verdes años de Nélida.

La sangre de los abuelos criollos despertaba en sus venas... Su hijo mayor era más equilibrado; pero en cuanto a carácter, allá se iba con el otro. ¡Gente interesante y temible!... Nélida y él eran más tranquilos, más alemanes, de genio siempre igual.

Mirada torva, dificultad en el hablar, como si no se acordase de las palabras, y un apretón de manos que aún me duele. Pero me dio las gracias como pudo al saber por Nélida que yo y otro señor compatriota mío habíamos tenido grandes atenciones con ella. Hasta me ha invitado a que vaya a pasar unos días en su estancia. ¡Qué vida ésta del Océano! ¡Qué cosas ha visto el buque!...

Durante la comida buscó Isidro con sus ojos la mirada de Fernando, como un perro humilde que intenta volver a la gracia de su dueño. Pero un sentimiento de dignidad y el egoísmo de no perder sus buenas relaciones con Nélida le mantuvieron en silencio. El otro, por su parte, mostrábase fosco, huyendo su mirada de la de Isidro, pero compadeciéndole interiormente. ¡Pobre muchacho!

Y miró a Fernando con ojos interrogantes, cual si le ofreciese esta dicha perpetua esperando ver en su rostro una sonrisa de agradecimiento. Nélida, a espaldas de ella, continuaba su mímica.