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Actualizado: 22 de julio de 2025


Soledad se hará mansa como una gatita mimosa y te querrá como á las niñas de sus ojos... El majo, que los recordó en aquel momento ¡tan negros, tan brillantes! sintió un estremecimiento de dicha y en un rapto de entusiasmo abrazó á la maga y quiso darle uno de los anillos que llevaba en los dedos; pero no aceptó el regalo; estaba contenta con descubrirle su buenaventura.

Pero aunque avivó mucho el paso, él seguía siempre á su lado diciéndole mil cosas. Iban por la plazuela de Santa Ana, cuando sintieron detrás gritos de mujer. El majo no volvió la cara; pero tuvo buen cuidado de embozarse bien en su capa para no ser conocido. Arrastrao, endino dijo la mujer, que era alta, gruesa hombruna y con voz aterradora y aguardentosa.

Cuando, por haberse bajado la graciosa morenita, se distrajo la atención de los concurrentes y se diseminaron otra vez, la esposa de Pepe de Chiclana llevó al majo á un rincón y tuvo á bien darle una satisfacción de las injurias que le había dicho el día anterior. Ayer estaba un poco sofocá, ¿sabes? Te habré dicho las mil perrerías: que eras esto y lo otro... No me acuerdo.

La cara no la diste á Firmo, sino á la mata de zarzas y ortigas donde te sepultaste cuando él te buscaba... Eso me contaron el jueves en la Pola. Si ha sido Firmo quien te lo ha contado, yo le diré esta noche á ese cerdo quién es Bartolo de Entralgo. Este palo tan majo que corté en el monte ayer nadie lo estrena más que él.

Sin embargo, el majo no podía vencer aquel sentimiento de vergüenza que le acometiera después de la escena de la reconciliación. Aunque ponía empeño en aparecer fresco y despreocupado y como si hubiese olvidado enteramente lo acaecido, era inútil. El recuerdo de la noche memorable en que por primera vez en su vida descendió á las súplicas delante de una mujer le asaltaba, mal de su grado.

Todos le recriminaron aquel acto de barbarie. Pero el majo no escuchaba sus amistosas reprensiones; poseído de una cólera ciega, trataba de desasirse, y no pudiendo conseguirlo, la saciaba con feroces insultos y amenazas.

Pero al volver la cabeza cesó repentinamente la alegría del majo al observar que María-Manuela estaba haciendo lo mismo con Antonio. Quedó repentinamente serio, no porque la bravía morena le hubiese tocado en el corazón, sino por la insolencia de Antoñico. Á pesar de los últimos reveses seguía tan puntilloso y delicado. Murmuró un juramento y se acercó de nuevo á la maga.

No todos los días nos pide el cuerpo juerga. ¡Dejarme; ya tengo esa niña sentada en la boca del estómago! exclamó el majo apurando una caña. ¿Lo ves, Joseliyo, lo ves cómo toda la vida has de meter la pata? dijo Paca con enojo á su consorte.

Choca, querido dijo alzándola de nuevo y alargándole la mano. Vete en paz á hablar con tu novia y que Dios te proteja. Se estrecharon la mano y el majo se alejó precipitadamente. Gracias, señor Pedro murmuró Gabino conmovido. ¡Oiga! le gritó cuando ya el otro estaba lejos. Velázquez volvió sobre sus pasos. Quisiera pagarle de algún modo el favor que me hace.

Se había terciado la capa, tomando un aire de majo galante, satisfecho de detener en la calle más céntrica, a la vista de todos, a una mujer que tal escándalo promovía. Marquesa, ya no, hijo contestó ella con gracioso ceceo. Ahora crío cerdos... y muchas gracias.

Palabra del Dia

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