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Actualizado: 22 de julio de 2025


Establecióse entre ambos una corriente de confianza y aun de inteligencia que no pudo pasar inadvertida para el majo. Con esto la antipatía que Antoñico le inspiraba hacía tiempo creció hasta convertirse en aborrecimiento, el cual apenas con gran trabajo podía disimular.

Si usted tiene todavía algún interés por esa mujer que ha querido, le diré que la he visto hace poco allá en Puerta de Tierra entregar una llave á Antoñico, que debe ser la de su casa... Haga usted ahora lo que mejor le parezca. El majo se encogió de hombros con afectado desdén. Eso es cosa perdida ya. Nada tengo con ella hace tiempo.

Velázquez, enfurecido por la ironía de estas palabras, replicó riendo sarcásticamente: Anda con él, hija, y ten mucho cuidado de no caerte de simple. Más vale caerse de simple que de fanfarria dijo ella mirándole cara á cara. El majo se puso encendido hasta las orejas. ¿Cuánto vamos á apostar, niña, á que no te vas á casa tan sana como has venido?

La joven no pudo reprimir un vivo estremecimiento y manifestó al instante su disgusto con semblante oscuro y enojado como pocas veces se le había visto. Después de su golpe de audacia, el majo quedó confuso sin saber qué hacer ni decir. Al cabo, con alegre rostro, exclamó: ¡Quien fué á Sevilla perdió su silla! Soledad no respondió ni movió siquiera un pliegue de su fisonomía.

Entonces la joven se acercó á él con semblante pálido que desmentía su forzada sonrisa. Pero, guasón, ¿te has creído la simpleza que acabo de decir? ¿Es que no se puede gastar una broma?... ¿Cómo has podido figurarte que yo me había de chalar por ese titiritero? El majo se calmó, soltó el cuchillo y se dejó caer sobre una silla. Soledad se sentó á su lado y charlaron un rato.

Pero como es difícil mantenerse siempre en un justo medio inofensivo, y más poseyendo el carácter fanfarrón de nuestro majo, sucedió que otra noche, sin darse cuenta, se le fué la lengua y soltó una impertinencia. Soledad esta vez no se contentó con mirarle, sino que exclamó con acento amenazador: ¡Cuidado! Volvió á echarlo á broma Velázquez, y le dijo algunas frases cariñosas para desagraviarla.

Son largos los días; las noches, eternas... ¡Qué largo es el tiempo, cuando nos ahogan en llanto las penas! Los celos, como áscuas, en mi alma penetran. ¡Son ascuas de fuego que todo lo arrasan, que nada respetan! Los celos traidores son ráfagas negras. ¡Son arma de majo que hiere en la sombra, donde no le vean!

Embelesada con la conversación de su novio, que iba a su lado, con la carátula en la cabeza como montera y casi tan majo como ella, y seguida de su padre y de su hermanita, habían estado todos en la plaza, donde Pepito se había despilfarrado feriando los dulces.

Espera, espera, que te voy á sentar los cinco en esa cara de documento. Al decir esto, tiro al majo de la capa, y con mano más pesada que una maza de batán, cogió á Clara por un brazo y la detuvo. Si no fuera porque está aquí esta señora dijo el chulo, cuadrándose ante la jamona ahora mesmo te volvía las narices al revés.

Será rico, será buen mozo, será conde, será todo lo que el general quiera, aunque yo sospecho, no por qué, que ha de ser un señorito andaluz, nacido y criado en un poblachón, ceceando mucho, echándola de gracioso, y más a propósito para brillar en las ferias, vestido de majo, y cautivar el corazón de las gitanas y de las chulas, que para mostrarse como conviene en los salones elegantes, inspirar amor verdadero y profundo a una señorita bien educada y hacerla luego dichosa.

Palabra del Dia

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