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Actualizado: 22 de julio de 2025
Si ahora sufría aquel insulto, ¡Dios sabe adónde llegarían los vuelos de la niña!» El majo los escuchaba, pintada la angustia en su semblante. Al fin exclamó con desesperación, mesándose los cabellos: ¡Tenéis razón! Soy un calzonazos, un sinvergüenza. Pero no puedo... ¡no puedo! ¡Esa mujer me ha cogido la acción! La maga.
Al entrar Antoñico, Velázquez le clavó una mirada cargada de odio y de amenazas que no pasó inadvertida para aquél. Se abstuvo cuidadosamente de acercarse al grupo donde el majo estaba, y al cabo de unos instantes se escabulló sin ser notado.
Y con las alabanzas de los inteligentes crecían los deseos de mi amigo. «¡Remoño, no seas cabezota!... Dámelo por cuatro, que es lo que vale.» Deseaba ponerse majo al bajar a tierra; hablaba de cierta chica de su pueblo que estaba sirviendo en Buenos Aires... Al embocar el río de la Plata casi lloraba de rabia. «Me alargo hasta cinco.
Currito llevó a D. Luis y D. Luis se dejó llevar a la sala donde estaba la flor y nata de los elegantes, dandies y cocodés del lugar y de toda la comarca. Entre ellos descollaba el conde de Genazahar, de la vecina ciudad de... Era un personaje ilustre y respetado. Había pasado en Madrid y en Sevilla largas temporadas, y se vestía con los mejores sastres, así de majo como de señorito.
El majo suelta una ruidosa carcajada y exclama dándole afectuosas palmadas en la espalda: ¡Sí que lo pierdo! ¿Quieres aprovecharlo tú? El señor Rafael había oído la carcajada y se acercó para saber lo que se trataba. Velázquez le informó riendo. Dió el viejo un paso atrás y, mirando fijamente á su sobrino, se santiguó diciendo con gravedad: Sobrino, no nos separamos. Yo no deshago la sociedad.
Mi indulgencia, no obstante, no llega hasta el extremo de aprobar lo que he visto en Alemania, donde el lacayo, gracioso y agudo, que aconseja el desdén para vencer el desdén de doña Diana, sale vestido como Fígaro en El Barbero de Sevilla, como un majo de Goya.
26 Su mano tendió a la estaca, y su diestra al mazo de trabajadores; y majó a Sísara; le quitó la cabeza; hirió, y atravesó sus sienes. 27 Cayó encorvado entre sus pies, quedó tendido; entre sus pies cayó encorvado; donde se encorvó, allí cayó muerto. 31 Así perezcan todos tus enemigos, oh SE
Por último declaró que le había dado tres pesetas. El majo soltó una carcajada. Y tú le habrás dicho: ¡Adiós, rumbosa! ¿verdá tú?... Las mujeres todas son lo mismo. Al mismo tiempo echó mano generosamente á la cartera y le dió un billete de diez duros. Antoñico. Razón tenía para poner reparos al ofrecimiento de su casa.
Después de otra pausa volvió á preguntar tímidamente: ¿Has bailado mucho? No respondió con la misma sequedad. Nuevo silencio, durante el cual el majo estrujaba su inteligencia buscando medio de pasar á la conversación que deseaba. Te he visto y te he reconocido perfectamente hace un momento aunque llevases careta dijo al cabo disimulando inútilmente su emoción. Soledad no respondió.
Muy rico también, muy majo; pero me gusta más la mejorana. Leandro se había acercado. Era el anciano pastor encargado de los grandes rebaños de ovejas que Reynoso poseía, el personaje más considerable de aquellos campos, grave, prudente, sentencioso. En pos de él otros tres zagalones que le ayudaban, y más tarde el pastor de las vacas que acudía como siempre al señuelo del cigarro.
Palabra del Dia
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