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Actualizado: 15 de junio de 2025
¡Pero, Luisa exclamó por fin ; tú no sabes lo que dices! ¡Reflexiona un poco! Hay que pasar muchas noches a campo raso, marchar, correr, y el frío y la nieve, los tiros... ¡Eso no puede ser! ¡Por Dios exclamó la joven, con voz nublada por las lágrimas y arrojándose a sus brazos , no me digas que no! Quieres reírte a costa de tu hijita Luisa...; tú no puedes abandonarme.
Entonces la labradora, cuya nariz aguileña se había encorvado hasta tocar los labios, a causa de la indignación que le producía ver cómo Hullin tomaba a broma su sueño, levantó la cabeza, y los grandes surcos de sus mejillas desaparecieron. Catalina cogió la carta, miró el lacre rojo y dijo a la joven: Dame un beso, Luisa; son buenas noticias. Luisa abrazó y besó a la anciana con frenesí.
Una mañana, doña Luisa, en vez de entrar en la iglesia de la plaza Víctor Hugo, siguió adelante hasta la rue de la Pompe, halagada por la idea de ver el estudio. Le pareció que con esto iba á ponerse en contacto con su hijo. Era un placer nuevo, más intenso que contemplar su fotografía ó leer su última carta. Esperaba encontrar á Argensola, el amigo de los buenos consejos.
María Luisa, ¿sabes dónde han ido los señores esta noche? El portero escuchó lo que le respondían y colgando la boquilla dijo: Los señores tenían tomado un palco en el teatro de Apolo. Allí deben de estar. Tristán subió de nuevo al coche dando estas señas. Cuando cruzaba por la Puerta del Sol sonaban en el reloj del ministerio de la Gobernación las diez.
Los criados de Luisa Noel hicieron entrega del equipaje, recibieron su tanto, y se marcharon con los mozos de nuestro hotel; cerré la puerta, me eché sobre el sofá, me quité el sombrero y arrojé un suspiro. Me parecia mentira que Paris me diera un entresuelo. ¡Bienaventurado Paris! ¡Bienaventuradas escaleras!
Distábamos ya de la esquina quince ó veinte pasos, y aunque estábamos segurísimos de que no podiamos verla, volvimos el rostro. Otro tanto habrá hecho Luisa. Al pasar tocando con nosotros, su vestido rozó instantáneamente por mi pantalon, y sentí un estremecimiento convulsivo. Si yo fuese jóven y soltero, llegaria á enamorarme frenéticamente de esa mujer; esa mujer podria tiranizarme.
La guerra había despertado el sentimiento religioso en los hombres y aumentado la devoción de las mujeres. Los templos estaban llenos. Doña Luisa ya no limitaba sus excursiones á las iglesias del distrito.
Pues bien; aquel día, a mediados del mes de diciembre de 1813, entre tres y cuatro de la tarde, Hullin, inclinado sobre su banco, terminaba un par de zuecos claveteados para el leñador Rochart. Luisa acababa de colocar una vasija de barro vidriado en la estufita que chisporroteaba y hacía cierto ruido triste, mientras que el viejo péndulo contaba los segundos con su tic-tac monótono.
Ese sobrino mío no tiene vergüenza ni decoro afirmó gravemente la condesa de Monteros. ¡Un hombre casado! dijo Luisa Natal, que hacía excelente menaje con su marido, ciego cumplidor de todos los caprichos de su mitad.
Doña Luisa no podía vivir en Biarritz, lejos de su marido, En vano «la romántica» le hablaba de los peligros del regreso. El gobierno todavía estaba en Burdeos; el presidente de la República y los ministros sólo hacían rápidas apariciones en la capital.
Palabra del Dia
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