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Actualizado: 15 de junio de 2025
Sí, pero esto es muy distinto. Ya lo sé que es distinto... pero debes decírselo. ¡Ay! No me mandes eso, por Dios, Luisa.... de seguro no me vuelve a decir adiós, y se lo cuenta en seguida a sus papás. ¿Y no será peor que se lo cuente otra persona?... ¡Hay niñas más mal intencionadas!... Elvira lo sabe ya... no sé quién se lo ha dicho...
Hullin no pudo contener la risa y le respondió: No, Yégof, no; el Cielo no me ha iluminado aún lo suficiente para aceptar el honor que me quieres hacer. Además, Luisa no está en edad de contraer matrimonio. El loco volvió a tomar un aspecto grave y sombrío.
También he pensado en eso. ¡Cómo! ¿Quieres echarme de casa por causa de tu sobrino? Escucha, Luisa, hija mía; tu embarazo está muy adelantado, las montañas de Asturias son muy sanas... Declaro que no me muevo de aquí dijo Luisa levantándose y arrojando su costura . Yo no te dejo solo. Tú quieres echarnos de la casa, no para meter á tu sobrino, sino á una perdida.
Dicho esto, besó a Luisa, y cogiendo de un brazo a Marcos Divès y del otro a Jerónimo, se dirigió a su casucha, seguido del resto de la comitiva, que repetía a coro los sublimes cantos del anciano.
Veía venir a un italiano bajito, flaco, requemado, que, con voz de tiple , aunque doliente como un quejido, exclamaba acompasadamente: "Pobre doña Luisa", "Pobre doña Luisa", mientras lo que en realidad hacía era ofrecer los fósforos y cigarrillos que llevaba en un cajón colgado al pescuezo; otro alto, rollizo, con un cuello de media vara, y llevando canastas repletas de bananas y naranjas, exclamaba en tono alegre: "arránqueme esta espina"; mientras un francés que vendía anteojos, cortaplumas y botones, anunciaba con un vozarrón de bajo: "soy un pillo", coronado por un vendedor de requesones, que clamaba intermitentemente: "tres colas negras".
Pues entonces, prorrumpió Luisa, deje la pluma y charlemos un rato. Como ustedes gusten. ¿A qué no sabe usted de dónde venimos? De la iglesia; de las tiendas; vendrán de comprar perendengues y moños. ¡No! exclamaron a una. No acierto.... ¡Adivine usted!... dijo la morena. ¡Adivine usted!... repitió la rubia. No acierto, señoritas.... ¿Oyes, Luisa? ¡No acierta!
Hullin colocó a Catalina en el trineo sobre un montón de paja, y Luisa se sentó a su lado. ¡Vamos, ya están ustedes aquí! exclamó el doctor ; gracias a Dios. Y Frantz Materne agregó: Si no fuera por usted, señora Lefèvre, crea que ni uno solo abandonaría esta noche el monte; pero por usted no hay nada que decir. No gritaron los demás ; nada tenemos que decir.
Catalina recibió la noticia con la mayor tranquilidad y adelantose hasta el borde de la explanada; Luisa y Juan Claudio la siguieron.
¡Vamos, niñas, que nos están mirando! dijo Luisa. Enjugad las lágrimas y vamos a pasear. Y en efecto, llevándose el pañuelo a los ojos, ella la primera, con rostro sereno y risueño se mezclaron agrupadas entre la muchedumbre; y las perdí muy pronto de vista. Madrid posee una biblioteca nacional.
Dió dos ó tres vueltas por la sala. Vió dos ó tres veces á su mujer. Cada vez le pareció más hermosa y más inocente. Pero, señor, ¿y lo que yo mismo he oído? se dijo. Y volvió á dar otras dos ó tres vueltas. ¡Luisa! dijo al fin. ¿Qué queréis? respondió tranquilamente su mujer. ¿Ha estado alguien aquí? Ha estado Cosme Aldaba. ¡Ah! ha estado ese bribón de Aldaba. ¿Y qué quería?
Palabra del Dia
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