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Pues entonces, prorrumpió Luisa, deje la pluma y charlemos un rato. Como ustedes gusten. ¿A qué no sabe usted de dónde venimos? De la iglesia; de las tiendas; vendrán de comprar perendengues y moños. ¡No! exclamaron a una. No acierto.... ¡Adivine usted!... dijo la morena. ¡Adivine usted!... repitió la rubia. No acierto, señoritas.... ¿Oyes, Luisa? ¡No acierta!

Basilio observaba tambien que las iluminaciones decaían, que las estrellas se eclipsaban y aquel año tenían menos perendengues y colgajos que el anterior, y éste menos que el otro aun... Apenas había música en las calles, los alegres ruidos de la cocina no se dejaban oir en todas las casas y el joven lo atribuyó á que hacía tiempo todo iba mal, el azúcar no se vendía bien, la cosecha del arroz se había perdido, se había muerto más de la mitad de los animales y las contribuciones subían y aumentaban sin saberse cómo ni por qué, mientras que menudeaban los atropellos de la Guardia Civil que mataba las alegrías en los pueblos.

Porque... no era floja pejiguera tener que ir a las platerías a proponer la venta de tantas perlas, zafiros y diamantes... En fin, que lo trajeran como les diese la gana: no era cosa de poner reparos, ni exigir muchos perendengues.

Pero en lo que mayormente sobresalían todas era en el arte de arreglar sus propios perendengues. Los domingos, cuando su mamá las sacaba a paseo, en larga procesión, iban tan bien apañaditas que daba gusto verlas. Al ir a misa, desfilaban entre la admiración de los fieles; porque conviene apuntar que eran muy monas.

Tan notorio, tan visible es entre su población este ramo, que el sexo débil de ella puede, hechas las exclusiones de rigor, dividirse por partes iguales en mujeres-costureras y mujeres que no lo son. Pero hablar de las costumbres de las primeras tiene tres perendengues para un hombre que, como yo, no las conoce bien, porque equivocarse en el menor de los detalles tendría tres bemoles.

Un lunar con pelo en la parte inferior de la cara daba a nuestra recién llegada un aire picaresco de coqueta retirada. Acompañábanla dos muchachas de aspecto poco distinguido, pero llenas de arrumacos y perendengues, con unos cuerpos bien trazados, y unos bustos en los cuales la Naturaleza o el arte habían abusado con cierta insolencia de una inclinación marcada a la exuberancia.

Era una hermosa mula negra salpicada de alazán, firme de piernas, de pelo lustroso, grupa ancha y redonda, que llevaba erguida la enjuta cabecita guarnecida toda ella de perendengues, lazos, cascabeles de plata, borlillas; además de estas buenas cualidades, reunía otras que el Papa no apreciaba menos: era dulce como un ángel, de cándido mirar y con un par de orejas largas en constante bamboleo, que le daban aspecto bonachón... Todo Aviñón la respetaba, y cuando pasaba por las calles no había agasajos que no se le hiciesen, pues todos sabían que ése era el mejor medio de ser bien quisto en la corte, y que con su aire inocente, la mula del Papa había conducido a más de uno a la fortuna.

Gregorio González de Mendoza, escribano de su majestad y Guerra.» ¡Cáscaras! ¿No le parece a ustedes que la sentencia tiene tres pares de perendengues?

Todo el camino parece andar con él. Los viejos moruecos vienen a vanguardia, con los cuernos hacia adelante y aspecto montaraz; sigue a éstos el grueso de los carneros, las ovejas algo fatigadas y los corderos entre las patas de sus madres, las mulas con perendengues rojos, llevando en serones los lechales de un día, meciéndolos al andar; en último término, los perros, sudorosos y con la lengua colgante hasta el suelo, y dos rabadanes, grandísimos tunos, envueltos en mantas encarnadas, que les caen a modo de capas hasta los pies.

Y ya, puesto a describir, tras esta descripción hice la de todas las piezas reformadas, para que se tuviera una idea de la entonación general de la casa, mejora sencilla y no costosa, con relación a mi modo de ver y de vivir hasta allí, pero motivo de asombro y de estupefacción para Mari Pepa, que acabó por decirme encarándose conmigo: Pues no seré yo, señor don Marcelo, quien tache a los pudientes porque gasten su dinero en buscarse el regalo de la vida sin olvidarse al mismo tiempo de los pobres, como lo hace usté; pero tampoco de las que se traguen la tostá sin conocerla por el gusto... ¡Vaya, vaya!... Aquí hay más mira de lo que paez al primer golpe... porque todos estos perendengues y otros tales, antójanseme demasiado para un hombre solo... Y quiera Dios que yo acierte y que para bien sea y cuanto antes, señor don Marcelo... Pues también le digo que por alto que ella levante el copete, bien la ha de caber aquí... Vaya, vaya, que una reina puede vivir en tal palacio... ¡Jesús, Señor!... Conque mejor hoy que mañana, don Marcelo, que así como así, no está sobrante de gentonas de viso este pobre lugarón... ¡Pero qué tochadonas me atrevo a decirle a usté, Virgen la mi Madre!... ¿No verdá, don Marcelo, que sabrá perdonármelas?