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Después de algunas dilaciones, se la concedieron. Me acuerdo de cuando fue allí. Era un señor muy seco y estirado, con chupa de treinta colores, muchos colgajos en el reloj, gran coleto, y una nariz muy larga y afilada, con la cual parecía olfatear a las personas que le sostenían la conversación.

El casamiento de Gregoria se celebró a los dos meses, entre gallos y media noche, porque el luto y las circunstancias que le habían precedido, no permitían otra cosa; fué una ceremonia triste, casi fúnebre: los cuadros de la sala ostentaban aún negros crespones y la araña de cristal los colgajos negros, entonces de rigor; para alegrar la vista, se pusieron flores en los jarrones de las consolas.

Basilio observaba tambien que las iluminaciones decaían, que las estrellas se eclipsaban y aquel año tenían menos perendengues y colgajos que el anterior, y éste menos que el otro aun... Apenas había música en las calles, los alegres ruidos de la cocina no se dejaban oir en todas las casas y el joven lo atribuyó á que hacía tiempo todo iba mal, el azúcar no se vendía bien, la cosecha del arroz se había perdido, se había muerto más de la mitad de los animales y las contribuciones subían y aumentaban sin saberse cómo ni por qué, mientras que menudeaban los atropellos de la Guardia Civil que mataba las alegrías en los pueblos.

Entretanto, los días se sucedían unos a otros, enceguecientes, pesados, en una obstinación de viento norte que doblaba las verduras en lacios colgajos, bajo el blanco cielo de los mediodías tórridos. El termómetro se mantenía a 38-40, sin la más remota esperanza de lluvia. Durante cuatro días el tiempo se cargó; con asfixiante calma y aumento de calor.

Continuámosla, sin embargo, con nuevos bríos, pero a puntada larga, es decir, enrareciendo los colgajos, porque ya se oía otra vez el toque de antes, señal de que se había puesto en camino lo que esperábamos, amén de que no andábamos sobrados de telas ni de «herrajes» para cubrir tantas paredes.

Hay viejas cámaras con puertas cuadradas, con cerraduras chirriantes, con techos inclinados de retorcidas vigas, con lejas anchas, con armarios telarañosos que encierran un espejo roto, un velón, una careta de colmenero; con largas cañas colgadas del techo, de las que en otoño penden colgajos de uvas, melones reverendos, gualdos membrillos, manojos de hierbas olorosas.

Deslizose a lo largo del portal angosto, obstruido y casi intransitable por los colgajos de un comercio de cordelería que en él existe; subió la escalera, con rápidos andares hasta el principal, con moderado paso hasta el segundo; llegó jadeante al tercero, que era el último, con honores de sotabanco.

Seguía su camino, apoyado en el bastón, mirando, con burlona sonrisa, los colgajos de las tiendas de carne y comestibles: las ramas de sauce de la puerta, los faroles de papel de la muestra y la vistosa exposición del escaparate; en las casas, muy pocas banderas se veían, pero conforme iba acercándose a las calles centrales, los establecimientos públicos y los comercios de lujo resplandecían de luces: en el borde de las cornisas, a lo largo de las columnas, en balcones y ventanas, ya en haces, ya sueltas, encerradas en bombas de cristal azul y blanco.

Las capillas laterales despedían resplandores amarillentos que, como grandes bocanadas de claridad, se confundían en el centro de la nave: de los arcos pendía multitud de arañas con flecos, colgajos y prismas de cristal tallado, en cuyas facetas irisadas se multiplicaba hasta lo infinito el tembleteo de las luces: y, al fondo, el retablo del altar mayor semejaba un monumento de oro adivinado tras la pirámide de llamas formada por cirios y velas, cuyos pábilos chisporroteaban, esmaltando de puntos rojos las espirales del incienso que flotaba en la atmósfera calurosa y pesada.

Se le había metido entre ceja y ceja la compra de una buena lámpara para el comedor, y hasta que viese satisfecho su capricho, no podía tener sosiego la pobre señora. El maldito Polidura le proporcionó el negocio, encajándole un disforme mamotreto, que apenas cabía en la casa, y que, colgado en su sitio, tocaba en la mesa con sus colgajos de cristal.