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Actualizado: 15 de junio de 2025
Un chico rubio, vestido de marinero, con cara de desvergonzado, se quedó fijo delante de nuestras niñas contemplándolas con insistencia, y no hallando al parecer conveniente la gravedad que mostraban, se puso a hacerlas muecas en son de menosprecio, Luisa, al verse interrumpida en su discurso, se levantó furiosa y le tiró por los cabellos. El chico se alejó llorando.
Todos se habían sentado y veían con admiración al valiente muchacho cortar, despedazar, empinar el codo, mirar luego a Luisa y a su madre con ojos tiernos, y contestar a unos y otros sin perder bocado.
Vea usted, señorita: si Ricardo está creyendo que yo pretendo a Gabriela, es porque alguno le ha engañado.... ¡Alguno que ha querido burlarse de nosotros...! Luisa nos escuchaba atentamente, jugaba con el abanico, y sonreía al oirme. Teresa se quedó un instante pensativa. Oiga usted, Rodolfo: ¿me quiere usted hacer un favor? Veamos, ¿cuál?... ¿Tiene usted amores con esa señorita? No. ¿De veras?
No habiamos esperado media hora en el piso principal, cuando llegó Luisa Noel. Esta señora nos recibió con muy buenas maneras en una magnífica sala; la conversacion comenzó á preludiarse; pero yo puse fin á los preludios diciendo: Señora, ¿usted no tiene habitacion en el entresuelo ó en el principal? No, señor, no la tengo. Entonces no podemos estar en su casa, por más que lo sintamos.
Esto lo decía Luisa, subida en una silla, de espaldas á Montiño, clavando clavos en la pared y dejándole ver el pie más pequeño y el principio de unas piernas lo más bonito que podía darse.
En este momento se asoma al balcon, mi compañera la ve y me llama. Es muy blanca y tiene el cabello casi rubio. Hay en su fisonomía esa mezcla de expresion ardiente y melancólica, triste y apasionada, que es la gran belleza del tipo italiano. Mira con cierto frenesí á uno y otro lado de la calle, como si esperase á alguna persona. ¡Pobre Luisa!
Luisa se hallaba en brazos de Hullin y lloraba amargamente. ¡Ah, Juan Claudio! decía la señora Lefèvre ; ya sabrá usted lo que ha hecho esta niña. Por ahora, no le digo nada; pero hemos sido atacados. Sí, ya hablaremos de eso después... El tiempo vuela dijo Hullin ; el camino del Donon se ha perdido, y los cosacos pueden estar aquí al amanecer; tenemos muchas cosas que hacer.
¡Vamos! exclamó el buen hombre . Si yo lo hubiese oído, me hubiera reído en sus barbas como hace poco... ¿Sabe usted que el loco ha venido a pedirme la mano de Luisa, para hacerla reina de Austrasia?
Máxime si se atiende á que el contingente de esclavos tuvo que aumentar de manera considerable con los pobres indios que venían del Nuevo Mundo. Con el «honroso» título de mercader de esclavos se nombra á Martín Sánchez, marido de Luisa Fernández, que vivía en la plaza de San Francisco casa propia del Cabildo eclesiástico en 1548 .
Cierto que todas las tardes paseamos en el jardín; pero no solos, como usted dice, Luisa. Don Carlos y doña Gabriela van detrás de nosotros, y Pepillo nos hace compañía.... Sí, Pepillo; como quien dice: el «bufón del Rey...» ¿Sabe usted cómo le llama éste a Pepillo, a su cuñadito de usted?.... No. ¡Rigoleto! Las chicas se echaron a reír. Estábamos en el atrio de la Parroquia.
Palabra del Dia
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