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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Hemos recogido no pocas vacas y cabras en las cercanías, y será preciso batirse para que lleguen sanas y salvas a la ciudad. Hasta la vista, madre mía, mi querida Luisa, papá Juan Claudio; abrazo a todos con efusión, como si les tuviera entre mis brazosAl acabar la lectura, Catalina Lefèvre se enterneció. ¡Qué buen muchacho! exclamó la anciana ; no atiende mas que a su deber.

Luisa parecía más muerta que viva. Sobre todo dijo Juan Claudio dirigiéndose a Catalina , que nadie salga; ¡que nadie se acerque a las ventanas! Y acto continuo salió al pasadizo. Cuantos presenciaron la anterior escena palidecieron intensamente.

Antes de empujar la puerta, que hacía mucho ruido, se le ocurrió ver lo que hacía Luisa en aquel momento. Acercose, pues, a la ventana y miró hacia dentro de la habitación: Luisa se hallaba de pie, junto a las cortinas de la alcoba; parecía muy animada, arreglando, doblando y desdoblando varios vestidos extendidos sobre la cama.

Esto fue todo lo que Catalina Lefèvre y Luisa vieron en el transcurso de algunos minutos. Sin duda había sucedido algo extraño y terrible aquella noche. La anciana, acordándose de su sueño, permanecía silenciosa. Luisa se secaba las lágrimas y dirigía miradas angustiosas hacia la meseta, iluminada como por un incendio.

Tienes razón, es muy doloroso perder una cosa que se ama. Montiño se calló, y Luisa, por no irritarle más, se calló también. Está delante Inesita dijo para Montiño , y no me atrevo... será necesario quedarme solo con ella. Y siguió paseándose en silencio durante ocho ó diez minutos. Su mujer y su hija no cantaban, pero cosían.

Por último, no pudiendo dejar de reír, exclamó: ¡Oh, heimatshlos, heimatshlos! ¡Nadie como para hacer bien un paquete y para marcharse sin volver la cabeza! Luisa sonrió. ¿Estás contento? ¡No he de estarlo! Pero mientras hacías todo esto, estoy seguro que no has pensado en preparar la cena. ¡Oh! ¡Eso se arregla pronto! No sabía que venías esta noche, papá Juan Claudio. Es verdad, hija mía.

Mi mujer y yo, con los ojos iluminados por la alegría, nos asomamos al balcon; Luisa estaba en el de enfrente, con la vista clavada en el nuestro. Indudablemente esperaba á que nosotros nos asomásemos, para saludamos. Así fué.

Usted que tiene talento, señor, debe comprender bien todo esto. Entretanto... ¡Bueno! mi querida Luisa... qué quiere usted... no puedo darle cien mil francos... pero tomaré su comida... Me dejará solo, ¿no es así? , señor Máximo. ¡Ah! gracias, señor. Le doy muchas gracias. ¡Tiene usted buen corazón! Y buen apetito, también, Luisa.

Era encantador ver a Luisa dar órdenes de aquella manera, y Hullin la miraba con los ojos llenos de lágrimas.

Los dos se comunicaban sus noticias. Doña Luisa casi repitió textualmente los párrafos de sus cartas, tantas veces releídas. Argensola se abstuvo modestamente de enseñar los textos de las suyas. Los dos amigos empleaban un estilo epistolar que hubiese ruborizado á la buena señora.

Palabra del Dia

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