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Actualizado: 2 de mayo de 2025


El dolor fecundaba su espíritu; multitud de intuiciones germinaban en su mente, como seres irónicos que hubiesen permanecido ocultos bajo una capa de ideas pesadas y groseras. Adriana le parecía una enemiga y él su antagonista, que luchaba con los ojos ciegos, a discreción de aquella alma tal vez maligna bajo la irradiación de su hechizo.

Flavia tomó asiento y yo permanecí en pie ante ella. Luchaba conmigo mismo y creo que hubiera triunfado si en aquel momento no me hubiese dirigido ella una mirada breve, repentina, que equivalía a una interrogación; mirada a la que siguió fugaz rubor. ¡Ah, si la hubieseis visto en aquel instante! Me olvidé del Rey prisionero en Zenda y del que reinaba en Estrelsau.

Mas ella luchaba entre el placer de estas correrías, y el compromiso que había contraído con su hermana de hacerle el canastillo para el niño. Cuando llegó la ocasión de pensar en él, al quinto o sexto mes de hallarse en cinta, Ventura decidió encargarlo a Madrid; pero Cecilia le había dicho: Si me traes los modelos, yo respondo de hacértelo igual.

Y aquel cuerpo gracioso, cuerpo de pobre, en el que luchaba la juventud con un raquitismo hereditario, bajó a la tierra despedazado: lo hicieron cuartos, como una res de matadero, sobre el mármol de la sala de disección... Usted, Ojeda, debe amar a alguien como amé yo. Todos encontramos una posada de amor en el camino de la vida: hasta los más infelices.

Y dejando caer los pétalos de una flor, que deshojaba, arrojé al mismo tiempo mis miedos, mi pusilanimidad y mis anteriores timideces. Comprendí que ya no era la misma, y me dormí consolada. Esa noche soñé que mi tía, transformada en dragón, luchaba contra Francisco I, que la partía con una gran espada.

Había cambiado el tiempo; la noche era tranquila, no soplaba ninguna brisa, y el azul del cielo sólo estaba empañado por la columna de humo, entre cuyos blancos vellones asomaban curiosas las estrellas. Teresa luchaba con el marido, que, repuesto de su dolorosa sorpresa y aguijoneado por el interés, que hace cometer locuras, quería meterse en aquel infierno.

Las iras comprimidas por tan largo tiempo, se habían desbordado; se gritaba, se forcejeaba, se luchaba. ¡Y qué! ¿el oro tenía que burlarse siempre del comercio honrado, del que no juega, del que no busca en la especulación sino en el trabajo el bienestar y el sustento? La mano de míster Robert, al arrojarle de un revés, de su insolente altura, había hecho justicia.

En las mil alternativas y vicisitudes de mi vida, bajé, subí, caí y levanteme; creí tocar con mis manos fatigadas el fondo de aquel mar de la borrascosa desventura, donde transcurrió mi niñez, y fuerzas ignoradas me sacaron de nuevo a la superficie; luché y padecí, deseé la muerte y amé la vida; grandes vaivenes y sacudidas experimenté; pero cuando subía, y bajaba, y luchaba, y vivía, y moría, jamás dejé de percibir aquella luz, encendida ante la desgracia, lejana estrella a quien consideraba como expresión de lo divino y sobrenatural que hay en la existencia.

Setenta y dos días de extrañeza dolorosa al vivir en una casa tranquila, al ver las mismas gentes, al sentir deslizarse la existencia habitual, dulce y tranquila, como si en el mundo no ocurriese nada extraordinario, oyendo en el patio el jugueteo de los sobrinos de su marido y en la calle el canto del vendedor de flores, mientras lejos, muy lejos, en ciudades desconocidas, su Juan, ante millares de ojos, luchaba con fieras, viendo pasar la muerte junto a su pecho a cada movimiento del trapo rojo que llevaba en las manos.

La idea de que Mesía nada esperaba de ella, ni nada solicitaba, le parecía un agujero negro abierto en su corazón que se iba llenando de vacío. «¡No, no; la tentación era suya, su placer el único! ¿Qué haría si no luchaba?

Palabra del Dia

hociquea

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