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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Discutía y luchaba con los escolares con más aguda invectiva y brazo más poderoso que cualquiera de éstos, y el maestro la había encontrado varias veces a algunas millas de distancia, descalza, sin medias y con la cabeza descubierta, en los senderos de la montaña, siguiendo las pistas con el olfato y maña de un montañés.

Luchaba bravamente procurando representarse a todas horas las verdades sublimes de la religión, la idea de un Dios padre de las almas, arquitecto y director del Universo, a quien ofenden nuestros pecados, a quien ablandan nuestras súplicas y nuestras lágrimas; se agarraba con toda su alma a estas firmes doctrinas; estaba un día entero unido con fervoroso anhelo a ellas; pero cuando más descuidado se hallaba, un pensamiento impío, fatal, caía en su cerebro y lo volvía todo del revés.

Allá en su interior, todo aquello repugnaba no poco a Miguel de Zuheros; pero cierto vehemente atractivo de amor vicioso luchaba con la repugnancia y la vencía. Morsamor no quiso o no se atrevió a rechazar los propósitos y ofrecimientos de donna Olimpia. Dichos propósitos se cumplieron.

El anciano temblaba de pies a cabeza; veía la silueta de aquel cuerpo vigoroso destacarse negra sobre el fondo claro de la ventana; veía los movimientos del pecho que subía y bajaba alternativamente, que silbaba y gemía como un volcán; sentía el hálito ardiente de la respiración de Roberto en su rostro. Reúne tus ideas, amigo mío repuso suavemente. El joven luchaba por tomar una determinación.

Catalina siguió durante algún tiempo indecisa; era evidente que luchaba contra un sentimiento doloroso; pero de pronto exhaló un profundo suspiro; acercó la boca al oído del intendente, y balbució con voz agitada: ¡Vos lo habéis querido! Me arrancáis el secreto de mi desgraciada amiga... Pues bien, , os ama, piensa en vos, y ese amor irresistible es la causa de su pena.

Todas las noches le atacaba una turba de diablos chorreando agua, y de mujeres rojas, de aspecto infernal, que se parecían a la suya. Luchaba largo rato, denodadamente, con sus enemigos, y acababa por ponerlos en fuga; diablos y mujeres huían a todo correr ante su espada flamígera, lanzando gritos de terror y gemidos lastimeros.

Volvió a caer sentado en la mecedora, y aliviada su angustia con la laxitud del ánimo, que ya no luchaba con la impotencia de la voluntad, recobró parte de su vigor el sentimiento, y el dolor de la traición le pinchó por la vez primera con fuerza bastante para arrancarle lágrimas. Lloró como un anciano, y pensó en que ya lo era. Jamás se le había ocurrido tal idea.

«Oh, Mesía era más noble, luchaba sin visera, mostrando el pecho, anunciando el golpe.... No había abusado de su amistad con don Víctor, no había insistido. ¡Pero los dos la amaban!». La tristeza de Ana encontraba en este pensamiento un consuelo dulce sino intenso. «Ella no podría ser de ninguno; del Magistral no podía ni quería.... Le debía eterna gratitud... pero otra cosa... sería un absurdo repugnante.

Y luchaba con aquel organismo quebrantado, con el estómago descompuesto por la miseria, con los pulmones heridos y el corazón sujeto a desarreglos en el funcionamiento, con la máquina humana desvencijada por una vida de sufrimientos y emociones. El constante velar sobre el enfermo había trastornado la vida económica de Esteban.

Luchaba, lo afirmo, con todas mis fuerzas contra la tentación; pero cuando sentí sus labios sobre mi mano, cuando comprendí que no inspiraba esta acción una banal cortesía sino un sentimiento más profundo, cuando le vi inclinarse hacia mi con una expresión inquieta, afectuosa, especial, cien veces más arrebatadora que la que me había hecho pensar tantas y tantas veces... no pude contenerme.

Palabra del Dia

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