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Actualizado: 2 de junio de 2025
El número sensacional era la lucha de la Linda con el oso. La chiquilla se presentó desnuda de medio cuerpo arriba y con unos pantalones de percal rojo. Linda se abrazó al oso y hacía que luchaba con él, pero el domador tiraba a cada paso de una cuerda atada a la nariz del plantigrado.
En el tono de la voz del joven, o tal vez en el contacto del miserable que luchaba entre sus poderosos brazos, había un no sé qué indefinible y extraño. Sea como fuere, un terror confuso e indefinible se apoderó del corazón del anciano, que murmuró con voz salvaje: ¿Quién es este sujeto? Carlos no contestó.
Cuando llegó el momento, sin embargo, de contestar a las objeciones, decayó bastante; no sabía más que referirse a su discurso; luchaba en vano por encontrar algún nuevo argumento en defensa de la tesis. Apesar de esto y del mediano ejercicio de preguntas, el tribunal, pagado de los conocimientos nada comunes que había demostrado, le aprobó los ejercicios.
Veamos: ¿qué tal resultaría una capa de piel de pantera con cuello de plumas de lorito, y un sombrero de cortezas adornado con rosas y rabos de mono?... Su imaginación no se cansaba de concebir las más prodigiosas creaciones para el ornato de su persona. Luchaba entre el deseo de mostrar los ocultos tesoros de su belleza y un sentimiento de modestia y de pudor propio de una madre.
La lamparilla no quería arder, su resplandor vacilante luchaba contra las sombras que bailaban sin interrupción en la cama y en las paredes. Frente a mí pendía la corona de yedra, negra y puntuosa; parecía una corona de espinas. Eran más o menos las diez, cuando Marta se puso a delirar.
Pero dentro de aquel sepulcro el espíritu idealista del sacerdote se revolvía incesantemente, luchaba con ansia por salir al aire libre y respirar una atmósfera más pura. El afán de sacudir la lepra que le iba royendo poco a poco le impulsó a estudiar los sistemas de metafísica dogmática antiguos y modernos. Fue una felicidad para él que el obispo hubiese nombrado coadjutor al P. Narciso.
Pudiera ser también, y sin duda lo era aunque se lo ocultaba á sí propia, y palidecía cuando luchaba por salir de su corazón como una serpiente de su agujero, pudiera ser también que otro sentimiento la hiciera permanecer en el lugar que tan funesto le había sido.
Sólo Carmen en aquellas ocasiones, harto frecuentes, fingía comer y luchaba con el temblor de sus manos y con la inseguridad de su voz.
Había presenciado el suplicio intenso bajo el cual luchaba el ministro, ó, para hablar con más propiedad, había cesado de luchar. Vió que se encontraba al borde de la locura, si es que ya su razón no se había hundido.
Era éste un flamante conocimiento del fox-terrier, en quien luchaba aún la herencia del país templado Buenos Aires, patria de sus abuelos y suya donde sucede precisamente lo contrario. Salió, por lo tanto, afuera, y se sentó bajo un naranjo, en pleno viento de fuego, pero que facilitaba inmensamente la respiración.
Palabra del Dia
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