United States or Romania ? Vote for the TOP Country of the Week !


Solían oir también á alguno crujir los dientes y murmurar sordamente: «¡Mal rayo te parta, ladrónEn pos de D. Marcelino venía D. Primitivo, varón formidable, de elevada estatura y amplias espaldas, rostro mofletudo y encendido, lleno de herpes, barba escasa y recortada y los ojos siempre encarnizados como los de un chacal. Era procurador del juzgado.

Raro era el disparo que no ocasionase alguna baja en la tropa. La luna iluminaba su rostro altivo y feroz surcado de arrugas. ¿Me conocéis? gritó sin dejar de hacer fuego . Soy don César Pardo, cristiano viejo y carlista de los pies a la cabeza. ¡Eres un ladrón! contestó un soldado. Oye, chiquito; te tiembla mucho el pulso y tus balas pasan muy lejos. ¡Allá va ésa!

-No te enojes, Sancho, ni recibas pesadumbre de lo que oyeres, que será nunca acabar: ven con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mesmo que querer poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen dél que ha sido un ladrón, y si sale pobre, que ha sido un para poco y un mentecato.

Y ya se disponían todos a emprender la marcha, cuando se abrió con estrépito el balcón de una de las casas, apareció un hombre en calzoncillos, y se oyeron estas palabras, que resonaron profundamente en el silencio de la noche: ¡El ladrón acaba de entrar en el café de la Marina! El que las pronunciaba era don Feliciano Gómez.

Moreno, hace usted mal en burlarse de las cosas de la religión. ¡Quién sabe si algún día se arrepentirá usted de esas bravatas! dijo D. Dionisio con su voz cavernosa. ¿Yo? replicó vivamente Adolfo haciendo un gesto furioso, lo mismo que si le hubiesen llamado ladrón.

Al día siguiente fue pasado por las armas en el foso de las fortificaciones D. Santos Ladrón, que murió valiente como español y resignado como cristiano. Después sufrió igual suerte Iribarren, cabecilla menos célebre que el primero.

Aquellas señoras desconocidas dijéronme que Lobo se había llevado a Inés, y como yo les manifestara mi extrañeza, mi indignación, llamáronme estúpido y me arrojaron de su casa. Volé a la de ese miserable ladrón; mas no le pude ver ni en todo aquel día ni en los siguientes.

Ella, puestos los ojos en tierra con honestísima vergüenza, respondió: -No puedo, señor, decir tan en público lo que tanto me importaba fuera secreto; una cosa quiero que se entienda: que no soy ladrón ni persona facinorosa, sino una doncella desdichada a quien la fuerza de unos celos ha hecho romper el decoro que a la honestidad se debe.

Pues apenas me dejasteis volvió corriendo don ladrón y como yo empezase á apostrofarle me preguntó muy dulcemente si creía posible que un buen religioso abandonase su sayal nuevecito y abrigado para vestir el jubón y las calzas de un artesano. Empecé á quitarme el hábito muy regocijado, mientras él explicaba que se había ausentado para que yo dijera mis oraciones con mayor recogimiento.

Un comisario pescó, en circunstancia muy especial, a cierto escruchante conocido: violentaba una caja en una mueblería, donde se había introducido. El ladrón hacía su trabajo y de repente vio entrar a un changador de la casa, que le dijo: ¿Qué hace usted? Silencio..., tengo una cita con la señora. ¿Cita?... ¡Ahora verá!