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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Se puso pálido y se acercó más al doctor. ¿Vamos? propuso éste . Usted, señor Pomerantzev, vaya delante. Estas palabras sonaron en los oídos de Pomerantzev como una llamada al poder. Se irguió orgullosamente, y empezó a andar con paso firme, imitando con las manos los movimientos de un tambor y tarareando algo parecido a una marcha guerrera. ¡Tam-tara-ta-tam! ¡Tam-tara-ta-tam!

El primer movimiento de Ester fué cubrir la letra con ambas manos; pero fuese orgullo ó resignación, ó la idea de que la pena á que había sido condenada la satisfaría más pronto por medio de este dolor indecible, resistió el impulso y se irguió en su asiento, pálida como la muerte, mirando con tristeza profunda á Perla cuyos ojos brillaban de inusitado modo.

El conde se irguió decidido y amenazador: ¿Qué es eso? dijo con voz áspera. ¿Tenemos dudas? ¡Dios me perdone! ¿Acaso remordimientos? ¿Está usted loca? ¿Olvida usted en qué condiciones intervine para sacarla del atolladero cuando la enloquecía el terror? ¿Es que va usted á ser ingrata, querida? Eso sería una debilidad y una gran imprudencia.

Al oír esto, Don Quijote quedó completamente absorto en mismo, un rato largo, muy largo, sin atender a la creciente farándula con que los demás personajes mortificaban al solitario moribundo... Luego se irguió y dijo muy recio: Cierto.

¿Entonces buscas misma la expiación? La cantante irguió su frente soberbia y dijo con gran tranquilidad: ¿Por qué no? ¿Has llegado á tal grado de debilidad que ya no quieres defenderte? Estoy cansada de astucias, de engaños, de fugas y de misterios. Todo antes que volver á empezar la vida que arrastro hace dos años. ¡! ¡Quéjate todavía! Nunca has estado tan favorecida.

El ciego irguió su cuello repentina y vivísimamente, y extendiendo sus manos hasta tocar el cuerpecillo de su amiga, exclamó con afán: Dime, Nela, ¿y cómo eres ? La Nela no dijo nada. Había recibido una puñalada. Más tonterías Habían descansado. Siguieron adelante, hasta llegar a la entrada del bosque que hay más allá de Saldeoro.

La joven se irguió mostrando su alta estatura. Sus labios se estremecieron, pero no pronunciaron ni una palabra. Todo, en su actitud, demostraba un doloroso desdén. Se trata de Cristián Tragomer... Añadió Marenval. Pero se calló, al ver que aquel nombre producía un efecto tan inesperado. Me figuraba que quería usted referirse al señor de Tragomer, dijo fríamente María.

El banderillero asentía con movimientos de cabeza, aguardando la pregunta. ¿Qué deseaba saber la señora Carmen?... Que me diga usté lo que pasó en La Rinconá, lo que usté vio y lo que usté se figura. ¡Ah, buen Nacional! ¡Con qué noble arrogancia irguió la cabeza, contento de poder hacer el bien, dando consuelo a aquella infeliz!... ¿Ver? El no había visto nada malo.

Señorita... señorita.... El bueno del vasco se asfixiaba. ¿Qué hay? dijo ella, y levantó lánguidamente la cabeza. Está ahí dijo Sardiola atragantándose. Está... ahí.... Lucía se irguió recta como una estatua y puso ambas manos sobre el pecho.

De pronto, oyose en la escalera sedoso crujir de vestidos. Ramiro se irguió. Cubierta de un velo obscuro, una mujer acababa de aparecer sobre la torre; su mano, enguantada, abatió con gracia el embozo. La pálida tez de Beatriz resplandeció entonces con blancura de mármol, y sus lustrosos cabellos, ceñidos por un aro de oro, tomaron en la noche azulenco pavón de armadura sombría.

Palabra del Dia

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