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Actualizado: 18 de junio de 2025


Gustar San Flisco. Gustar lavar. Gustar Carolina. Agradó a la señora de Galba el laconismo de Ah-Fe, así es que no se detuvo a reflexionar la influencia que tenía en su buena intención y sinceridad el imperfecto conocimiento del idioma de Shakespeare. Pero dijo: Ruégole no diga a nadie que me ha visto. Y sacó su limosnero.

La corona de espinas del martirio Ensangrentó tu macilenta faz, Como á Jesus clavado en el madero Porque dijo: «vivimos para amar». Ignoto y melancólico pasaste Para volar al cielo á descansar; Porque el genio es un pobre jornalero Que fecunda la tierra con afan, Y la hace producir sabrosos frutos Que no es dado á sus labios el gustar.

Que la traza del pobre africano le pareció lastimosa, se conoció en el gesto que hizo, en la cara que puso, y en el acento con que dijo: «Ya le conocía yo a este, de verle pedir en la calle del Duque de Alba. Es buen punto, y muy enamorado. ¿Verdad, Sr. Almudena, que le gustan a usted las chicas? Gustar B'nina, amri... Ajajá... Pobre Benina, ¡no se le ha sentado mala mosca!

En cuanto se casen mis hijas, en vez de pasar el verano en Sarrió, donde se guardan las mismas etiquetas que en Lancia, me iré a Rodillero a respirar aire fresco y a pescar robalizas. Atiende, Micaela, no seas tan viva, mujer... Comprende que a tu marido no le han de gustar esas genialidades; querrá que le contestes con razones...

No puedo remediarlo, contestaba Clotilde, estoy hablando y pienso al mismo tiempo en que eres el autor y me imagino que no va a gustar el drama y me asusto. Inocencio se desesperaba; dirigíale ruegos, advertencias, argumentos, la acariciaba, sin tener en cuenta que le veían: trataba de infundirle valor, excitando su amor propio de artista; en fin, hacía todo lo imaginable para salvar su obra.

-Par Dios que tiene razón el gran Sancho -dijo el doctor Recio-, y que soy de parecer que le dejemos ir, porque el duque ha de gustar infinito de verle. Todos vinieron en ello, y le dejaron ir, ofreciéndole primero compañía y todo aquello que quisiese para el regalo de su persona y para la comodidad de su viaje.

Esta resolución no era dictada por la vanidad, ni por el frívolo deseo de gustar á los hombres ó de hacer rabiar á las amigas, como han pretendido después algunos filósofos malhumorados.

Ella creía que un fraile la podía admirar por su talento, estimar por sus virtudes, venerar por su conducta intachable, y gustar de su trato y conversación, y complacerse en ser su amigo; pero enamorarse de ella le parecía tan absurdo, tan contrario a todas las conveniencias y leyes sociales y religiosas, tan monstruosamente feo y chocante, que no quería, ni podía, ni debía sospecharlo en persona del juicio, de la circunspección y hasta de la santidad que en el P. Enrique notaba.

Descubríase también en ciertos pequeños detalles que solamente Francisco podía apreciar; así, por ejemplo, Simón llevaba vestidos oscuros, mostraba en toda su persona un exquisito cuidado, sin aquel rebuscamiento empero que suele gustar a los jóvenes, sin un solo color vistoso, sin una sola joya.

Mordejai no vaciló un momento en la elección, y dijo a Su Majestad de baixo terra, que para nada quería tanta pedrería por fanegas, si no le daban muquier... «Querer mi ella... gustar muquier, y sin muquier migo, no querer pieldras finas, ni diniero ni naida».

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