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Los viajeros llegaron a las cuatro y media a la gran capital, apeándose en la gare de Lyon, hambrientos y malhumorados.

Los que no se resignaban eran los Dupont: don Pablo y su madre, que volvían a su hotel malhumorados y confusos cada vez que veían en las calles el rubio moño y la sonrisa insolente de Lola. Les parecía que la gente era menos respetuosa con ellos por culpa de la mala hembra, deshonra de la familia.

El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido. Gillespie le inspiraba un interés que jamás había experimentado por ningún hombre de su propia tierra. Dedicado por completo á los trabajos lingüísticos é históricos, solamente había tratado con mujeres, y éstas eran todas profesores malhumorados y de austeras costumbres.

¡Olé los hombres valientes! ¡Viva la caballería... y la infantería... y la artillería aunque no esté! Una copa, mi teniente. Los oficiales, malhumorados por esta jornada estúpida, sin gloria y sin peligro, repelían con un gesto severo al borracho. ¡Adelante! Allí nadie bebía.

Esta resolución no era dictada por la vanidad, ni por el frívolo deseo de gustar á los hombres ó de hacer rabiar á las amigas, como han pretendido después algunos filósofos malhumorados.

Y todo aquel rebaño de malhumorados que esperando un acta jamás llegada, corrían como viejos caballos al olor de la pólvora a aglomerarse en dos masas al lado de la presidencia, apenas en el salón se armaba bronca con campanillazos, no podían imaginarse que el joven diputado muchas noches interrumpía su lectura con la tentación de arrojar contra la pared los gruesos tomos de las sesiones, y acababa pensando con escalofríos de intensa voluptuosidad en lo que habría sido de él corriendo el mundo tras unos ojos verdes cuya luz dorada creía ver temblar entre los renglones de la amazacotada prosa parlamentaria.

Otros mostrábanse malhumorados y negaban rotundamente cuando se les suponía tal origen; pero él lo ostentaba con cierta satisfacción, como queriendo hacer de ello un título de gloria. Nada debo a nadie exclamaba al regañar a sus dependientes . A nadie me ha protegido. Los míos me dejaron como un perro en medio de esa plaza.

Nos quedaríamos llorosos, abatidos, malhumorados, echando de menos a la pobre huérfana, cuya hermosa y modesta juventud había sido para nuestra pobre casa, siempre triste y sombría, como un rayo de sol.