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«¿Y ello ha de comprarse también sin hablar? Sin hablando naida». Luego era forzoso procurarse un palo de carrash, madera de África, que aquí llaman laurel. Un vendedor de garrotes, en el primer tinglado cabe las Américas, lo tenía. Había que comprárselo sin pronunciar palabra.

: entrar con ello Banco, p'peleto en llengua, y naide ver ti. Poder coger diniero tuda... No ver ti naide. Pero eso es robar, Almudena. Naide ver, naide a ti dicir naida. Quita, quita... Yo no tengo esas mañas. Robar, no. ¿Que no me ven? Pero Dios me verá».

La convicción profunda que Almudena mostraba hizo efecto en la infeliz mujer, quien, después de una pausa en que interrogaba los ojos muertos de su amigo y su frente amarilla lustrosa, rodeada de negros cabellos, saltó diciendo: «¿Y qué se hace para llamarlo? Yo diciendo ti. ¿Y no me pasa nada por hacerlo? Naida. ¿No me condeno, ni me pongo mala, ni me cogen los demonios? No.

Bueno: pues reunidas estas cosas, se pondría el palo al fuego hasta que se prendiera bien... Esto había de ser el viernes a las cinco en punto. Si no, no valía. Y el palo estaría ardiendo hasta el sábado, y el sábado a las cinco en punto se le metía en el agua siete veces, ni una más ni una menos. «¿Todo callandito? Hablar naida, naida».

Mordejai no vaciló un momento en la elección, y dijo a Su Majestad de baixo terra, que para nada quería tanta pedrería por fanegas, si no le daban muquier... «Querer mi ella... gustar muquier, y sin muquier migo, no querer pieldras finas, ni diniero ni naida».